A Ana
Era un suelo perfecto, de anuncio, y acababa siempre mancillado con un minúsculo charquito. Y, pese a las amonestaciones, siempre que pudo ejerció el derecho a miccionar forzando la próstata.
-Muchos pocos, hacen mucho- le espetó el picapleitos mientras negociaba el futuro de sus bienes, convertidos ahora, en malvados gananciales.
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