Por fin ha terminado esta semana horribilis. Bueno, quizás suene un poco exagerado. No ha sido tan tan mala. Más bien ha sido un coctail o torbellino de sentimientos contrarios.
En el trabajo, mis compañeros de siempre no me han podido acoger mejor. Ciertamente he tenido mucha suerte, sobretodo en los tiempos que corren, de encontrar un lugar donde trabajar, aprender y enriquecerme como persona.
De manera inconsciente me he puesto mis foulards para el ábrelo de Pequeña Foquita. Se han convertido en parte de mí. A parte de que me gustan estéticamente, es como una manera de llevar a mi pequeña conmigo. Es una chorrada, pero esta semana he sobrevivido anímicamente a base de tontadas como esta.
Desterrar a Celine Dion de mi Ipod también ha ayudado. No es que tenga nada en su contra, pero necesitaba renovar mi recopilación musical con canciones que me subieran el ánimo.
En el colegio, bueno. Bebé Gigante, como os dije, se ha adaptado la mar de bien con la salvedad de que va un poco zombi por la tarde. Después de pasarse todo un verano con su sesión de siesta conmigo y Pequeña Foquita en el sofá como paparritas, pues ahora se queda totalmente frito en el coche de vuelta a casa.
Me he reencontrado con algunas de las mamás del año pasado y he conocido nuevas aunque este año ya no me puedo recrear en conversaciones con ellas porque voy escopeteada de un lado a otro.
Y por último, lo más importante, mi Pequeña Foquita. Pues no, aun no se ha adaptado del todo. Los niños puede parecer que están "empanados" pero no son tontos. El tercer día ya iba diciendo que "tole no". Vamos, que no la llevara al cole. Los berreos al dejarla y al recojerla me rompen el corazón. Intento creerme lo que me dicen las profesoras, que después durante el día está "tranquila". Qué remedio le queda, pienso yo. Lo que sí es cierto es que después en casa me relata cosas del cole y cuando le pregunto si le gusta me dice que sí. He coincido con su profesora en una sensación que tengo. Me da la impresión de que está contenta pero claro, está mejor con su madre. Ayer mismo, cuando nos marchamos, quiso que llamara a su profesora para darle un "pipo" (besito). Sé que llegará a adaptarse, como todas las personas pero en el proceso veo que sufre y no me gusta.
Así mismo me siento yo. Estoy contenta con mi trabajo, me gusta y estoy bien. Pero tengo un extraño sentimiento de tristeza que no me lo quito de encima. Ahora soy feliz con mi nueva vida como madre trabajadora-fuera-y-dentro-de-casa. Pero antes, cuando era madre trabajadora-dentro-de-casa era absolutamente feliz. Hecho de menos a mis hijos. Espero que con el tiempo todos nos adaptemos a la nueva realidad, que Bebé Gigante no termine totalmente derrengado y que a Pequeña Foquita se la vaya esa afonía que tiene de tanto gritar.