Revista Talentos

Sentir

Publicado el 22 abril 2015 por Isabel Topham
Sigo pensando que el antónimo del amor no es el odio, sino la indiferencia; el no sentir nada. Al fin de cuentas, odiar tan sólo es amar a la inversa. Para qué empeñarse en ocultar lo que sentimos, sea para bien o mal del receptor. Pero, como digo siempre, quien nunca haya odiado es porque nunca se ha enamorado. Aludiendo a los sofismas, ¿si no existiera la tristeza no podríamos percibir con claridad los buenos momentos, ni éstos serían tan buenos? ¿Por qué existe la muerte sino para tomar conciencia de cuánto vale la vida? Porque, por eso nos envidian los dioses. Al ser mortales, cada minutos que vivimos se hace único al poder ser el último.

Por naturaleza, nos avergüenza aceptar lo que sentimos hacia alguien, y no sólo la atracción que nos provoque en nosotros la otra persona. En vez de afrontar la situación con cabeza, y normalidad, nos escondemos (en sentido figurado) y si hace falta disfrazamos una verdad con tantas mentiras como sea necesario. Por qué. Qué hay de malo querer, odiar… sentir. Probablemente sea por el miedo al error que, desde la niñez, nos han inculcado los demás. A través de castigos, definen nuestro miedo y, por consiguiente, a no volver a fallar ya que, instintivamente, dejamos de intentarlo. Pero, es así, como se llega a conseguir lo que de verdad uno quiere y, si de verdad queremos su triunfo, recurriendo a una cita de Guillermo Ballenato, hay que hacer alabanzas en públicos y críticas en privado, ya que desmotivar lo puede hacer cualquiera, incluso el primero que pase por delante de nosotros pero, para lograrlo sólo necesitamos la motivación de los demás, en especial, aquellos que nos apoyan y nos desean lo mejor en nuestra vida; ya sea por ego, inseguridad o la confianza que nos falta en nosotros y los demás pueden darnos.

Por qué no educar desde la emoción vinculando a ésta con la razón del alumno; ya que, de esta manera, es como se despierta el verdadero interés por la materia, y en vez de recalcar siempre el error, cuándo vamos a empezar a valorar y elogiar por el progreso (por pequeño que sea éste). Sin embargo, no somos conscientes de que castigo tras castigo refuerza ese error por el cual se está castigando para evitar una próxima vez. Si la educación hiciera bien su trabajo, en la sociedad no habría cárceles (o, en su caso, éstas estarían vacías). Al igual que, cuando gritas, el mensaje no llega porque las formas anula el contenido.Un claro ejemplo podría ser que, tras haberte esforzado para sacar una buena nota en un examen, te van suelen decir "Muy bien, pero si te hubieras esforzado más tendrías más nota" y, como respuesta, podríamos decir: "Sí, y si tú trabajases el doble, tendrías dos sueldos." Para que nazcan virtudes habrá que sembrar recompensas y, si queremos ver la eficacia de un progreso, hay que ver el programa que se aplica y la manera de aplicarlo. También es  verdad, la razón varía con el contexto; ya que no nos comportamos de la misma forma que todos, según con quien estemos nos comportaremos de una manera u otra. Lo es lo mismo estar con tus amigos, que en clase o con tus padres. Toda conducta por tanto, tiene siempre una justificación, ya que nadie hace nada sin motivos; y todo motivo conlleva un resultado.A lo largo de nuestra vida académica, ¿nos enseñan las distintas aptitudes de la comunicación: escribir, expresar, emocionar… etc? Lo único que se nos enseña realmente, es el idioma. ¿Dónde adquirimos la motivación, la autoconfianza y la actitud? ¿Dónde se imparte la materia "inteligencia psíquica"? Da lo mismo lo que estudies que si no tienes todo esto, estás perdido. Gran parte del contenido educativo es saber compartirlo con los demás. En otras palabras, el genio es quien ve las cosas en las semillas. A raíz de esta "pequeña conclusión" podemos decir que la educación no es sólo saber o aprender un contenido en concreto, sino aprender a ser feliz. Aprender a integrarnos los unos y los otros. Nunca nos hemos planteado quién es nuestro compañero, amigo, pareja o el familiar al que tenemos a nuestro lado en un futuro. A quién tenemos al lado, puede que incluso sea ministro y no nos demos cuenta. Hay que aprender a disfrutar porque al disfrutarlo es cuando alcanzas la excelencia de lo que haces. El aprendizaje no es una acción dirigida por alguien, sino un trabajo autónomo. O, al menos, así debería ser. En mi caso, no me gustaría trabajar de aquello que aunque no me guste cobrase una pasta, sino en aquel otro oficio que me haga confundir mis obligaciones con mi tiempo libre.
El secreto de la felicidad consiste en dar lo mejor de nosotros mismos, y sólo compitiendo contra nosotros y cooperando con los demás seremos capaces de conseguir ser felices. Por ello, no hagas caso a lo que te digan, sé tú mismo; ya que, por muy mal que piensen de ti, si tú te lo crees serás así. La creencia es tan poderosa como definitiva y, por tanto, el cartel que te coloquen los demás, lo empezarás a ser en el momento de creértelo tú también. Por ejemplo, si los demás se comportan ante ti como si tú fueses el jefe, te saluden como la autoridad y no como un compañero más de trabajo, y tú sin saber por qué te saludan de esa manera le sigues el saludo; eres el jefe.
La palabra enseña y el ejemplo arrastra, es decir, de nada sirve decir que fumar es malo, si cuando lo dices tienes un cigarro en la mano; como, tampoco sería creíble que un padre le dijese a su hijo "No pegues a tu hermano" y, seguidamente, le dé un guantazo. Antes de que te crean los demás, te deberás creer a ti mismo. Al igual que hay que tener cuidado a lo que prestamos atención ya que de ésta depende tu grado de importancia hacia los demás, o algo. Aunque, sólo sea un acto involuntario, a lo que hagas más caso,  crecerá en tu vida a mayor o menor medida. Por ejemplo, si te acabas de dar un golpe en el pie contra la esquina de uno de los muebles del salón, parece que el dolor es mayor porque es a lo que hemos damos prioridad en el momento.
Todos piensan en cambiar el mundo, pero nadie piensa en cambiarse a sí mismo.

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