¿Es España un país del que avergozarse? Si se sigue día a día a los medios de comunicación, la respuesta a esta pregunta podría no ofrecer muchas dudas. Nadie puede sertirse orgullosos de participar en esta comedia de dogmatismos, cortoplacismo, oportunismo, amoralidad, instrumentalismo...
No tenemos un sentido de comunidad. La sociedad se cierra sobre sí misma y se polariza en corpúsculos volubles, articulados sobre identidades muy simples, sobre dogmas cuasi religiosos, irracionales, en cuya defensa lo comprometemos todo. Por lo tanto, no hay una España, ni dos, hay múltiples e irredentas formas de entenderla.
Avanza el conservadurismo, el puritanismo, y emerge una forma aldeana de censura: la vigilacia del grupo a través de las redes sociales, donde todos hablamos y, al tiempo, nos vigilamos para permitir solo aquel mensaje que coincide con "lo correcto", lo que es "natural" decir al respecto de algo. Por lo tanto, carecemos de libertad para expresarnos y limitamos dolorosamente también la posibilidad de acceder al espacio del diálogo.
El inmovilismo de los que se ocupan del asunto político (del que se ha excluído a todos los demás: relegados a un mero trámite electoral ejercido después de todo el ruido mediático-propagandístico en donde se hacen oír especialmente las facciones con más altos presupuestos), es paradigmática. Los partidos monopolizan la política, la serena, la frenan. Falta de propuestas, cobardía, ausencia de una idea de país en el corto o medio plazo, "encuestismo", oportunismo... son asuntos evidentes. Y la corrupción que propaga la desconfinaza hacia las personas, las organizaciones y las insituciones, y promueve la sospecha sobre el valor real de la representatividad y la posibilidad de llevar a cabo una gestión eficaz de los recursos para beneficio de todos y no particular, privada, personal. Por lo tanto, estamos en un ámbito de ausencia de la Política.
Caemos hacia el conflicto social al desatender el estado del bienestar. La crisis de la economía es estructural y el crecimiento no oculta que la crisis la pagaron las clases populares y que la recuperación no les está devolviendo lo que perdieron. Que el beneficio de los "afortunados" sigue siendo fruto de la plusvalía, de lo no reembolsado por el trabajo hecho. Crecen en número los excluidos del reparto, los no recompensados por el sacrificio, y aumenta, por lo tanto, el enfado, la frustración, que si no puede mostrarse a través de la elección de candidatos que ofrezcan algo nuevo, lo tendrá que hacer por otros medios.
Y luego están los nacionalismos... Y por ahí, la comedia alcanza cuotas insospechadas de absurdo y ridículo por más que no dejen de ser temas constantes en el "orden del día".
¿Debemos sentir orgullo de nacer aquí por casualidad, de tener que sufrir nuestra forma de ser, de ver que siempre acabamos igual, en los mismo callejones sin salida? Expertos en ver y crear problemas e incapaces de encontrarles cualquier solución que no sea precisamente la peor.