Revista Literatura

Señuelos olvidados

Publicado el 18 octubre 2015 por Rogger
Ahora que recuerdo,
yo escribí mi nombre y el tuyo en el ascensor.
Búscalo.
Está en la parte superior izquierda,
sobre la botonera.
Arriba, muy arriba.
Y te lo iba a mostrar cuando regresaré.
Empero, ya no regresaré.
Te sugiero,
te invito,
antes de mudarte
busca mi señal,
tómale una foto.
Descúbrela.
Por aquel entonces mi devoción por ti era de tal magnitud que estaba dispuesto a hacer lo inimaginable. Entre muchas otras cosas, dibujar mis lazos de amor infinito en cualquier lienzo, por rústico que fuera.
No hay plazo que no se cumpla. Y el mío se cumplió. No es momento para avergonzarme de mis debilidades, debo compartir contigo estas muestras de arte casual -que ahora puedes borrar-. Aquellos testimonios de amor cuasi colegial, en el ascensor, en postes y árboles.
Yo regresé un día,
solo,
mientras la comida reposaba,
mientras yo apuntalaba las certezas
de tu indudable amor.
Y tallé un árbol a cada lado del camino,
Y escribí una sinuosa inicial
enfrente de la rho humilde y escasa.
Nada más.
Enfrente otra versión similar.
Y me senté luego
a condensar nuestras vidas en un trozo de miedo,
dos letras, dos arboles, dos caminos,
unidos por una cuerda dolorosa y mortal.
Fumé cuatro cigarrillos en aquel bosque
prohibido para fumadores
y regresé a casa sin imaginar
que hoy mi desencanto de aquel entonces
tendría explicación y sentido.
Para terminar con este póstumo recuento, no escapa a mi memoria la mañana en que caminé a la escuela. Al pasar frente al zoológico, me detuve a tomar respiro.
En un poste cercano me absorbí en tu recuerdo,
nuestros sueños,
la notable función del destino.
Y cuando apenas comenzaba
a sentirme iluminado por la buena suerte,
me asaltó la sensación de otro miedo
similar al café más amargo.
Fue así como, animado por la duda, escribí en el poste donde aún acezaba, el único tributo al amor perdido en cuatro palabras: "date vuelta, estoy aquí". Y continué mi camino.
Acerca de este último episodio, ya sabemos que tiempo después todo terminaría sin que tú volvieras la mirada. Seguiste tu camino en medio de los dos cumpleaños, otra vez en un mismo territorio, otra vez tan cerca, como no volverá a suceder ¡Lo que nos hubiera ayudado a transigir! Al contrario, preferiste continuar tu camino.
Todo eso ya no es una cifra del recuento.
Es la realidad de los hechos.
Lo tangible.
Ya no hay reclamos,
hay decisiones.
Los mensajes y señuelos del pasado
han muerto.
La gente pasa,
ve inscripciones,
les gusta o no les gusta.
Sólo logos de musgo en el olvido.
Artísticos,
torvos, absurdos, cursis,
simpáticos, admirables,
detestables.
Decorativos y ajenos.
Aún para ti lo serán, si los descubres.
Habrán huido del romanticismo,
habrán recalado en el cliché.
No significarán nada,
no
lograrán conmoverte.
El del ascensor será testigo de tus ocasionales amantes, hasta que lo descubras -o todavía después-. Los demás señuelos nunca serán descubiertos,
pero eso tampoco importa.
Cambio y fuera.

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