Revista Literatura
Soy alicantino porque en dicha ciudad vine al mundo un ya lejano día de diciembre de finales de los 70. Así quedó reflejado en mi partida de nacimiento y, posteriormente, en mi documento nacional de identidad. Sin embargo hay momentos, instantes, épocas concretas en las que no puedo evitar dudar ligeramente de mi apego hacia esta tierra que tiene tantas cosas buenas... y malas.
Muchos recordaréis, pues no ha pasado tanto tiempo, el artículo que dediqué a las pasadas fiestas de Hogueras, todo un emblema de Alicante como lo pueden ser la Explanada y el Castillo de Santa Bárbara, en el cual daba mi opinión más personal sobre dicho evento. Ahora, esta misma semana, vuelve a darse una situación parecida pero a un nivel menor, más local, con la tradicional celebración de los desfiles de Moros y Cristianos de mi barrio. Creo que no necesito explicar de qué va el asunto ya que es un acto que se vive, de muy diversas formas, en gran parte no solo de esta provincia o la comunidad autónoma sino de toda España.
En este caso el desfile encima se inicia donde yo vivo, casi desde debajo de mi balcón, con el consiguiente jaleo que provoca la acumulación de comparsas, carrozas y bandas de música. Pero por si esto fuera poco queda luego la fiesta en los cuarteles hasta las tantas, que es lo que personalmente más me molesta y a lo que no le veo sentido alguno. Como siempre los que sí están dentro, quienes participan, lo verán de forma completamente diferente y, por supuesto, egoísta porque no les preocupará que puedan estar causando molestias a alguien. Ellos simplemente se han estado preparando para estos días y ahora que han llegado los quieren disfrutar al máximo, le pese a quien le pese...
Pero este post de reflexión no es para poner verdes (de nuevo) a una fiesta y a cuánto rodea a la misma. No, con este post quiero poner sobre la mesa un tema que he visto discutido en redes como Facebook y que viene a tratar de dar respuesta a una pregunta aparentemente sencilla: ¿qué implica ser "de la tierra"?
Para muchos, ser "de la tierra" implica disfrutar de todo lo bueno que en ella haya, mostrarse feliz y orgulloso de sus orígenes y defender a capa y espada sus costumbres y tradiciones. En mi caso la última condición no se cumple, al menos no enteramente. ¿Me hace ello menos alicantino que los demás? Yo creo que no, que soy tan alicantino como cualquier persona que haya tenido la suerte de nacer aquí a pesar de no sentir, por diversos motivos, algunas cosas que se hacen como mías pero es tal a veces el desarraigo que siento que no puedo evitar pensar lo contrario.
Si las fiestas están para mí de más tampoco la playa me atrae mucho ya, aunque de vez en cuando sí he pensado que antes o después estaría bien darse algún chapuzón. Por otra parte, no entiendo el gusto de la gente por acudir en las horas de más calor y aglomeración, sea para tomar el sol o para estar en ambiente. En mi familia siempre íbamos a primera hora de la mañana, cuando el agua está más fresca tras el paso de la noche, el sol apenas tiene fuerza y la playa está prácticamente desierta. Ese momento y a última hora de la tarde son sin duda para mí los mejores para estar en un lugar así y disfrutarlo bien.
Pero lo cierto es que el mar y yo no nos llevamos muy bien, sobre todo en el ámbito gastronómico, en el que hay también muchos otras cosas tradicionales que tampoco me van como por ejemplo la famosa "coca amb tonyina" que, a grandes rasgos, no es otra cosa que una gran empanada rellena principalmente de atún. Por contra, sí disfruto del arroz en muchas de sus variantes y, cuando son las fechas, del turrón blando o duro ya sea de Jijona o del mismo Alicante respectivamente, aunque este último llevo tiempo sin tomarlo porque ya me va haciendo daño cuando lo mastico...
De mi ciudad me gusta mucho su bagaje en todo lo que se refiere a monumentos y centros culturales. Visito a menudo el antes mencionado Castillo de Santa Bárbara, paseo por la ladera del monte Benacantil, por el casco Antiguo y por la Explanada. Contemplo con tristeza el abandono al que sigue sometido el segundo emplazamiento fortificado de la ciudad, el Castillo de San Fernando, que espero que adecenten como se merece algún día, y suspiro por poder acudir de nuevo al MARQ, el museo arqueológico de la provincia, para ver sus exposiciones fijas y temporales además de ilusionarme con otras actividades a pie de calle como por ejemplo los mercados medievales o de artesanía que se montan en diversos lugares a lo largo del año.
Como veis, aun sin disfrutar de sus fiestas y de algunas otras cosas, en general no me siento mal con Alicante a pesar de que, si me fuera posible, no niego que cambiaría muchas cosas y aunque lo cierto es que en el fondo me gusta y es posible que, de vivir en otra parte, acabaría con el tiempo añorando al menos una parte de lo que conozco no puedo evitar, como dije antes, que a veces sienta que no soy "de la tierra"...