Será un día de abril, pero de los de primavera. Uno de esos que regala Madrid a los supervivientes del invierno. Habremos salido, sin prisa ninguna, cuando te hayas despertado y yo me haya tomado dos cafés. Y nos bajaremos del tren en una cerveza y una clara (con casera, por favor) colocadas en la mesa de una terraza cualquiera de la Sierra. Siempre nos ha gustado Madrid un poquito lejos, como para que no se escape, y durante poco tiempo. Imagínate a cuatro millones esperando que nos marchemos por Chamartín para huir de la ciudad y que no les demos el coñazo. Sonríes. Siempre te han gustado mis chorradas. Yo las digo y tus ojos sonríen, voto a bríos que no es mal trato.
El sol nos calienta y callamos un rato para decirnos todas las cosas ya sabidas. Tus labios, las caricias, mis manos, las sábanas, aquella canción, tu piel, mis palabras, tus oídos. Y ese día de abril volveremos a bailar en las conversaciones. Yo te agarro bien por un verbo y tu apoyas una mano en el pronombre “Tu” y me coges la mano. Y lo divino es humano, y lo humano, farsa. Y arreglamos el mundo que abarcara nuestra danza de palabras. Parcheadito lo tenemos de repararlo tantas veces.
Hablaremos de ellos. Siempre ellos. Ya serán como nosotros fuimos. Entenderan algunas cosas y nos llamarán ya viejos. Entonces ese día de abril de primavera, ya seremos los abuelos que se han ido a la sierra.
Se acabaran las primeras cervezas y pediremos otras, y unas aceitunas, o patatas, que más da. Al final, las ali-oli caerán, y estarán de vicio, por que nada podrá salir mal esa mañana de abril abierto a primavera. Extenderemos nuestras vidas a lo largo de la mesa como en un enorme solitario a dos, y nuestros intentos, siempre intentos, iran entre el caballo de espadas y la sota de oros. Y nuestras victorias, que también han sido. Pon aquella risa debajo del Rey de Copas, que fue un sábado de Ballantines y cerrar bares. Y aquel beso, aquel beso guárdalo, que fue el as que siempre nos guardamos en la manga. Y puede que ese sea el único solitario que nos salga. El de una vida plena que lo fue más por intentarlo que por serlo, pero que fue maravillosa siempre que lograba que tus ojos me rieran.
Te querré esa mañana de abril como hasta entonces te habré querido. A mi manera imperfecta, con mis raros modos, con mis pretendidas maneras de poeta, con mis manos dispuestas y mis labios a tu vera.
Y te diré entonces donde quiero que dejen mis cenizas. En algún lugar donde pueda ver nuestra ciudad cuando amanece. Y si bien es verdad que estaré muerto y que no creo que el cielo se aleje mucho de una noche cogido de tus ojos paseando por Madrid, y que tan sólo cenizas seré, quien tenga a bien recordarme, tendrá en ese gesto las cosas que he amado, a mi manera, en este camino empedrado con una mala leche de cojones que llamamos vida. Alli caminamos juntos, alli vivimos.
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