Las noticias hablan por estos días de “dejar ir”.
Las redes sociales, los paredones pintados de acción poética, las puertas de los subtes, las últimas novedades literarias, las principales notas de las revistas top y hasta un tema musical convertido en viral hablan de dejar ir. El universo se está complotando para dar a conocer esta nueva disciplina, y yo me niego rotundamente a seguir sus cánones.
Dejar ir es como una nueva epidemia, la resurrección de la fiebre amarilla o un brote de viruela. Según los parámetros existenciales del “let go”, para que tu vida cobre sentido, tenga un curso, despegue, se ventile, tenga más espacio para actividades y personas nuevas o al menos parezca que va por buen camino; debes dejar ir. Soltar y fluir también son sinónimos aceptables. Al menos así lo dicen estos nuevos filósofos y pensadores contemporáneos y espirituales. Creo que los chinos también tienen esta premisa entre sus filas, al menos los que comulgan con el Feng Shui, nos dan la lata a los occidentales para que no acopiemos ya más cosas y donemos, regalemos y tiremos toda esa sarta de trastos viejos que ya no usamos.
Atenti, si hace más de un año que no lo usás, no lo mirás, no lo registrás, no lo ventilás, ni te acordás que existe, está “out”, es obsoleto, ocupa un lugar preciado, y hay que deshacerse del objeto en cuestión y dejar paso para lo nuevo.
Si estas premisas fueran ley y nosotros ciudadanos modelos, nuestras casas estarían despojadas, ordenadas, y no existirían recuerdos, ni registros, o fotos amarillentas ni baúles, tampoco coleccionistas ni acopiadores compulsivos, o sí, y éstos vivirían en zonas destinadas a los parias o insurrectos, escondiendo todas sus cosas en grandes túneles o bunkers construidos a tal efecto.
Si dejar ir fuera ley, tampoco estarían tus cartas guardadas en mi cajón junto a esa nota que me diste la última vez que nos vimos, ni la rosa desecada roja y marchita guardada dentro de mi libro favorito. Si dejar ir fuera premisa obligatoria tendría que dejarte ir, despedirme de tu recuerdo y tirar al mar este amor casi eterno, junto con mis sueños recurrentes donde estas vos y el recuento de los años que llevamos sin vernos.
Me pregunto que sería de mi simple vida sin vos, sin palabras para describirte, sin saborear tu nombre en mi boca, sin esperarte venir desde Marte o la Luna, o subido a un caballo, helicóptero o camello. Cómo verás estos últimos años me he puesto más flexible sobre las condiciones de tu vuelta.
Que serían de los poemas que brotan en los cordones de la vereda y de las mesitas de café donde nos íbamos a sentar luego de recorrernos mil y una noches. Qué sería mi vida si no te esperara, y no guardara en secreto un pañuelo blanco con el aroma que te robé esa noche mientras dormías.
Me niego a dejar ir tus cartas al viento y que con éstas se vayan mis sueños. Más rotundamente me niego a que sean atrapados por otros y que nuestros alientos perfectos terminen en otros labios.
Seré paria, insurrecta o desacatada; acopiando y viviendo cada noche con tu recuerdo, inundando los túneles de mi corazón con los sueños en donde recreo el sabor dulce de nuestro recuerdo.