Revista Literatura

Series

Publicado el 01 diciembre 2015 por Netomancia @netomancia
Sus días se diferenciaban y dividían en ficciones. Así como su mundo físico se reducía a una pequeña habitación, el universo de su existencia se expandía más allá de lo imaginable.
No había lunes, martes, miércoles... tampoco las dos de la tarde, las tres, las cuatro... ni meses, ni años. Su forma de capturar el tiempo era otra.
Sabía que al despertar, luego del desayuno, era el momento de los Expedientes X. Luego, Criminal Minds. A continuación, CSI Miami. La lista era extensa, hasta llegar a MacGyver. Finalmente apagaba las luces y descansaba hasta que el sol comenzaba a filtrarse a través de la ventana y era el instante preciso para comenzar la jornada mirando House.
Las series proseguían una tras otra, en un orden predeterminado, casi obsesivo, quitando cada tanto alguna, sumando algún estreno, colocando alguna reposición ya vista pero considerada necesaria. Una continuidad que solo se frenaba para alimentarse, hacer las necesidades fisiológicas o permitir algún cambio de ropa o sábanas.
El breve contacto con la servidumbre se limitaba a aguardar en silencio que se marcharan una vez que ingresaban ya sea para llevar la comida o limpiar el lugar y claro, entregar la hoja arrancada de la libreta de anotaciones donde hacía el listado de series que quería disponible en el disco rígido portátil que en cada despertar ya aparecía conectado a su televisor de pantalla plana de 50 pulgadas empotrado en la pared frente a su cama,
Y mientras las imágenes se sucedían en dramas, policiales, ciencia ficción y comedias dentro de esa habitación, en el resto de aquel lugar rostros tristes y apagados corrían de un lado a otro para que todo estuviera bien, que nadie se preocupara por la reclusión obsesiva del magnate, que la señora tuviera siempre a tiempo sus pastillas antidepresivas, que los jóvenes herederos fueran atendidos en todos sus caprichos y que desde el boulevard la imponente mansión se viera impoluta, esplendorosa, reluciente como un diamante.
Como en las series, la vida es un capítulo tras otro, con mayor o menor maquillaje, con menos o más efectos, como mejor o peor dirección, hasta que las horas dejan de ser tales, los días pierden sus nombres y el tiempo se convierte en un transcurrir sin sentido, destinado al fracaso y el olvido o el éxito y la repetición continua.

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