Pocas veces como en “Shame” se nos ofrece un relato tan perturbador a la par que sincero acerca de una de las adicciones más habituales en la sociedad contemporánea y al mismo tiempo menos tratadas en el cine: la del sexo.
Se describen dos estrategias opuestas para afrontar la soledad y el dolor de la existencia, una (la del protagonista), la de la negación de lo emocional y otra (la de su hermana), la de la exacerbación del sentimiento. Con muy pocas pinceladas es capaz el director de construir esta peculiar relación fraternal en base a un origen común que se adivina sórdido o, cuando menos, frío.El director aguanta bien los planos fijos de unos personajes y unos escenarios sobrios, minimalistas, con escasísimos elementos para no distraer la atención de lo primordial, los sentimientos humanos que laten con fuerza sostenidos por unas interpretaciones magistrales (excelentes Michael Fassbender, no en vano ganador del premio al mejor actor en el festival de Venecia, y Carey Mulligan) y apoyados por una música (a cargo de Harry Escott y Ian Neil) muy adecuada a la historia.A la excelente dirección hay que sumar el brillante ejercicio de montaje, en el que no sobra ni se echa en falta ningún fotograma y cuyas escenas de sexo crudo son necesarias en una cinta que, como esta, pretende tratar honestamente una temática tan controvertida como la que nos ocupa.Alfonso Muñoz-Velamazán