Revista Literatura
Si fueron mil años o cuarenta, tu ausencia no cuenta, sino tu gracia y tu savia que discurren por mis venas, como libros, colores, música y memoria.
Si tus vocablos, percentiles y acertijos me sirven ganancias y elogios en platos redondos y frescos, te debo la terca práctica y la paciencia suprema.
Si mis sueños se mezclan con tus premisas, es para seguir el mismo camino que no pudiste ver, pero bendices.
Si mi rebeldía es fruto de tu noción de libertad, mi certeza el ritmo de la espera, y la persistencia el credo cotidiano que pronunciabas durante las comidas, es porque he logrado descifrar tu legado.
Si heredé tu causa por los excluidos, por los humildes; tu amor por las artes y las caminatas; tu pasión por los deportes, Alianza Lima, los panecillos de maíz, la música y el pensamiento, hoy todo aquello me llena la vida con una felicidad que no termina.
Si adopté tus costumbres, recetas de cocina, visión del mundo, cumpleaños austeros, vivir con simpleza, morir sin aspaviento, puedo decir que encontré tu luz y tus caminos.
Si tu mano trasciende el tiempo y me sigue alcanzando el tibio abrigo de tu presencia, no puedo celebrar el día de las madres con un acento de tristeza.
Si tus ojos vigilan mis proyectos y los presiento cada día, no puedo decir que es la nostalgia que me inunda viendo la risa de otras madres.
Si tu sombra me guarda de los pasos en falso, de las intrigas y los deslices; si tu nombre acampa en mi puerta, si tu risa cura mis silencios, me siento seguro y duermo tranquilo.
Si no me da por las rosas blancas hoy día;
si te celebro y no te reclamo;
si te agradezco y no te extraño;
si te veo cuando te llamo,
es porque vives conmigo, madre mía.
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