Diez, veinte, treinta, cuarenta y dos pasos seguros dados con firmeza silenciada de espera ante exámenes que no quiero estudiar, pero debo hacerlo porque me he dado mi más firme palabra de honor. Cuarenta y dos pasos dados uno detrás de otro sin levantar la vista del suelo, con cuidado de no pisar la línea grisácea que los separa uno de otro, para no perder el ritmo de mis pensamientos, que vuelan hacia la alumna de la clase del fondo que me dijo, por la mañana, que no me molestara en seguir trabajando para ella, ya que no tenía intención de dedicar ni un minuto a mi asignatura.
Qué bueno es decir las cosas claras...