Ha sido el año más improductivo respecto al blog de todos los que lleva en funcionamiento. Mientras me desangro terminando el nuevo libro para el 15 de octubre (correcciones tan radicales que suponen cambio de páginas completas) me golpea el último, único, exclusivo detalle que nunca pensé fuera a materializarse. A fin de cuentas, hablamos de una escritora estadounidense.
Risa pura.
El proyecto para 2016 se llamaba Hijos del azogue. Los diarios secretos de E. Os podéis imaginar por donde va la cosa. La portada me costó un pastón porque ya adquirí los derechos a una excelente fotógrafa de largo pelo rojizo y pálida tez, muy élfica ella, cuyo trabajo onírico es inspirador.
Amparándose en la ficción del terror sobrenatural, pretendía contar mi historia. Con un añadido que no existió, pero un homenaje completo, peor, directamente la figura de Emily Dickinson convertida en personaje como entidad fantasmal que atosiga a un ciudadano corriente para que no deje de escribir.
Se estrena ahora la película Historia de una pasión del director Terence Davies, sobre la vida de la poeta extraña porque se pasó toda su vida escribiendo y no se dieron cuenta de su existencia hasta que se murió. Ya saben, una de las mejores poetas norteamericanas (introduzca aquí cualquier nacionalidad) a la que en vida nadie hizo puto caso.
Los refritos aquí y allá sobre el tema que van apareciendo en distintos medios dan ganas de vomitar. Las mismas ganas de vomitar que siempre. La referencia numérica (en artículos previos) sobre "oh, escribía hasta 300 poemas al año" me producen un flato importante. En el libro en curso precisamente me atasco contando cómo es escribir 365 poemas al año, varios años seguidos.
El triunfo es palpable porque ni el asco, ni el resentimiento ni la melaconlía inundan mis venas; precisamente ese era el objetivo de Bajo el árbol morado, poner un broche de cierre y soltar amarras. Duele porque hay intimidades innecesarias tal vez, pero la meta está cumplida: contar cómo es el día a día real de alguien que cultiva su escritura y no cesa en la tarea de por vida, aunque sea entre las paredes de su casa sin permitir que salga demasiado de ellas.
Al mismo tiempo que el libro, se estrena el biopic sobre la figura que servía de excusa para hilar un relato que parecería exagerado si se presentara sin más; apartando esa figura, que se marcha a hacer una película, queda la verdad desnuda con otro título y otra portada diferente.
Coincidencias siempre.
Esta vez es un sonrisa de puro de agradecimiento y no de amargura.