Las cárceles son una radiografía viva de las sociedades que viven más allá de sus alambradas. Algunas cárceles de Inglaterra, por ejemplo, se están planteando instalar escaleras mecánicas porque las de pala y hormigón son una odisea para los reclusos mayores de 65 años que empiezan a aflorar en sus celdas. La sociedad envejece y la población de mayores, y de reclusos mayores, también.
Hay otras cárceles cuyos presos no pueden imaginar que haya escaleras mecánicas. Nunca han visto unas, no saben lo que son. Tampoco les hace falta. En estas cárceles, los presos son jóvenes, tanto como la sociedad que los rodea. Pademba Road es una de ellas. La población que sobrevive fuera apenas tiene 47 años de esperanza de vida. Su país, Sierra Leona, ocupa invariablemente los últimos puestos en el ranking de los más pobres de la tierra. Sus presos, como contaba John Carlin el domingo en El País Semanal, son los miserables entre los miserables.
Tres años por 25 euros. Estos menores de edad vivirán encarcelados durante años por robos como el que cometió Manyu (izquierda), de 100.000 leones (25 euros).- FERNANDO MOLERES
Abu Sese, de 16 años, condenado a dos años por robar el bolso a una mujer- FERNANDO MOLERE
Cada mañana, docenas de prisioneros de Pademba son llevados al juzgado- FERNANDO MOLERES
Carlin, además de narrar lo que ocurrió dentro de Pademba Road, describe los lugares que recorrió en su viaje a Sierra Leona, lo que vio en el camino, las reflexiones en el avión de vuelta. Habla del aeropuerto de juguete de Freetown, donde aún recuerdo que en pleno mareo por la humedad del ambiente, un grupo de hombres que parecían estar esperando sólo a que algo nuevo pasara, se arremolinaron para coger nuestras maletas sin que pudiéramos hacer nada por evitarlo. Recuerdo también el ferry destartalado que parecía incapaz de mantenerse más de diez minutos a flote. Y la gente, esa que nada más llegar, y durante horas de camino por unas carreteras llenas de socavones, no dejó ni un segundo de dedicarnos una sonrisa.
Embarcadero de Freetown, Sierra Leona.
Habla también Carlin de esa guerra de los diamantes que destrozó a un país entero de la más cruel de las formas imaginables, pero de la que dice que se dramatizó en la película Diamantes de sangre. Yo, en cambio, recuerdo cómo la hermana Elisa Padilla, responsable de la misión de las Misioneras Clarisas en Lunsar, que en 30 años sólo ha abandonado el país por la guerra, contaba que empezó a ver la película y que no pudo aguantar más de diez minutos. Que aquello era demasiado real como para que sus ojos lo vieran otra vez.
En sus reflexiones de vuelta, habla Carlin de la bondad de África, de la capacidad de perdón de esa gente que vio cómo niños soldado entraban en los pueblos y mataban sin saberlo a sus propios vecinos, incluso a sus familias, y después los readmitieron sin rencor. Sin ese perdón total entregado a cambio de nada más allá de seguir viviendo, no sabríamos que hubiera quedado del país durante la posguerra. Y probablemente sea ese perdón uno de los pilares del futuro, como ya ocurrió en Sudáfrica.
Mientras tanto, las injusticias siguen ocurriendo sin remedio, como muestra este vídeo de Fernando Molero. Niños en cárceles de adultos. Probablemente del perdón dependerá su futuro.
[Pdf de mis recuerdos de Sierra Leona, 08 Sierra Leona, publicados hace demasiado en la revista Nuestro Tiempo]