Siervos, súbditos, ciudadanos y esclavos de un Estado menor.

Publicado el 21 junio 2012 por Cspeinado @CSPeinado

Amaneceres u Ocasos, es nuestra elección.

Pensaba yo que la evolución nacional en nuestro país es meramente anecdótica. Hace apenas seis siglos, el habitante de ésta castigada región no era sino un siervo del señor feudal de turno. No tenía derecho a nada. Estaba vinculado a la tierra que labraba para su señor. No tenia derecho a ausentarse de ella y generalmente eran seres incultos, sucios y más preocupados en llenar la panza de manera precaria que en ser conscientes de su papel en la Historia. Muchos de éstos patanes se dejaron la piel, a lo largo de los siglos, en las largas guerras intestinas entre señores, reyes, ya fueran entre cristianos, con el moro o con su mala madre. No habríamos de ver pasar mucho tiempo para pertenecer, cómo súbditos a la Corona. Primero a aquellas que enfrentaban a hermanos, pimos, padres o hijos y después a la única Corona española, que nos permitió escapar a la miseria patria para ir a dejarnos piel, vísceras y sangre a los campos de Falndes, Italia, Francia o América. Todo un tránsito de patán local a patán internacional en un territorio donde, para más inri de jornal eterno, no se ponía el sol.
La Pepa o cómo convertir a un ignorante en catedrático.
Pasó el tiempo y tuvo que venir Napoleón para hacernos ver que, unidos, teníamos los ovoides necesarios para hacer frente a él, a su ejército y a los Cien Mil hijos de San Luís por la simple razón de que las puñaladas nos las damos entre nosotros, pero que no venga ningún imbécil de fuera a ponernos los puntos sobre las íes que podríamos ponernos tensos. Sólo tienen que preguntarles a los gabachos apresados en Bailén que se comieron entre ellos en la Isla de Cabrera. Por algo así decidimos establecernos cómo estado constituyente y llevar a cabo la Constitución de mil ochocientos doce. Pasábamos a ser ciudadanos. Quedaba atrás el oscurantismo, el vasallaje y seguíamos arrastrando las mismas taras, la incapacidad manifiesta para sobreponernos a nuestros miedos, a nuestras supercherías y prejuicios y emparentar un estado moderno a la recién nacida Constitución. Mismos perros, distintos collares. Mismo pueblo, mismas gentes, distinto nombre para un estado que nunca, y lo sabemos todos bien, llegaría a evolucionar a una democracia verdadera.
Fue la Pepa esa institución fallida a partir de la cual España dejo de dar, en las dificiles y bélicas relaciones internacionales de la época para empezar a recibir por todos lados. Gracias a que la fuerza se diluyó en un pueblo inculto, hambriento, muy macho de entrepierna pero huérfano de mente, España comenzó su lento declive entrando en un siglo diecinueve en el que certificaríamos que los nacionalismos eran buenos mientras ser facha (ya por entonces) iba a ser lo más malo del mundo mundial. España perdió su esencia el día que todos los que no sabían más allá de usar una azada se vieron en la oportunidad de opinar al mismo nivel que un catedrático de economía. En aquello nos fue la vida y no es que hayamos mejorado mucho. Entre idas, venidas, repúblicas, pronunciamientos, restauraciones, dictaduras y fracasos demócraticos, perdimos dos valiosos siglos en los que a cambio no mejoramos la esencia productiva que perdimos el día que expulsamos a judios y moriscos y descubrimos que la cosa se ponía demasiado cuesta arriba para lo que éramos capaces de asumir.
Esclavos de nuevo Cuño.
Siempre, de un modo u otro, fuímos siervos. Lo sómos ahora de unos politicastros sin escrúpulos, los mercados, la eta o la otra. Lo fuimos, no hace tanto de los zeñoritoh del caballo cómo lo sómos ahora de los amos de la taifa autonómica. El mundo sigue jirando y aunque España ha conseguido evolucionar al puesto veintitrés de Nivel de Desarrollo Humano, seguimos siendo parias en nuestra propia tierra más espabilados para el trapicheo que para emprender. España perdió demasiado deprisa su dignidad cuando los reinos ultramarinos se independizaron y los nazionalismos se abatieron sobre el perro flaco y desnutrido cómo insolentes tábarros ávidos de sangre. Sangre que hoy se ha demostrado inutil en su derramamiento, con un Tribunal Político Inconstitucional sancionando que el abertzalismo esté con todos los honores en las instituciones. No creo que haya manifestaciones porque Amaiur, Sortu y Bildu, las tres cabezas del cancerbero de la promiscuidad nazionalista vasca esté manejando los dineros públicos y clasificándonos en sacrificables o no. Nuestros amos no nos dejarán y las mentes son tan débiles hoy cómo hace mil años.
Si es que hasta las empresas de telefonía o los bancos se alzan hoy en nuevos y modernos amos de una casta popular a la que han atado a sus designios a través de la buena vida y el consumismo. No contentos con ello, ahora se erigen en jueces y verdugos de un país que ha ido posponiendo año tras año sus deberes y al que han pillado en bragas. Deséngañemonos, sómos esclavos de un sistema que, paradójicamente nosotros mismos hemos creado. Un sistema podrido y corrupto en que nos hemos sentido muy a gusto trapicheando y especulando para que los de arriba se pongan las votas afianzándose en el poder que les otrogábamos con el voto a cambio de que en su infinita indulgencia nos dejaran deglutir las migajas. España ha descubierto que no es muy distinta de aquel revoltijo de reinos y taifas que peleaban entre sí por mantener el poder político y económico hace ochocientos años. Si acaso vestimos mejor, comemos más porquerías y nos dedicamos a seguir los eventos deportivos, en lo que sómos lo primero en el mundo, cómo la nueva biblia que desde el poder nos imponen.
Más Circo y más Pan.
Es lo que desde siempre nos ha funcionado. Es lo que siempre hemos exigido y, en el fondo, es que debemos de ser un poco bastante masocas. España ha despertado a una realidad que había olvidado y esta vez no tenemos los territorios de ultramar para irlos saqueando y con ello contrarrestar nuestra falta de redaños para ser un país medianamente autosuficiente a la imagen y semejanza de nuestros socios europeos. No veo solución en seguir convirtiéndonos en nuevos esclavos, ésta vez de Europa. La solución pasa por más Europa, cierto pero igual para todos y ello pasa por reciclarnos en ciudadanos comprometidos con el país y con la economía de modo que ambos sirvan al interés general y no a la inversa, tal y cómo ahora sucede. No podemos vivir indefinidamente de los cuatrocientos veintiseís euros, de la limosna de los abuelos y del continuo lamento de no encontrar trabajo en un país donde el Dorado consistió en quebrar la costa a base de ladrillazos. Desde cero y con buen paso, es lo que necesitamos y debemos buscar, dejemos de ser esclavos de nosotros mismos para ser ciudadanos de un país mejor.
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