Revista Diario
Siesta otoñal (por Isa)
Publicado el 23 noviembre 2010 por ImperfectasSe despertó de la siesta con un punzante dolor en las sienes. Nunca le habían sentado especialmente bien las cabezaditas vespertinas. De niño, se revolvía como gato panza arriba cuando intentaban obligarle a dormir... y era la pesadilla de su abuela que quedaba encargada de vigilarle a él y a sus primos, mientras los adultos de la casa familiar disfrazaban de siesta ese ratito de cama sin menores. Ni siquiera la adolescencia y su perenne agotamiento hormonal habían conseguido asentarle una costumbre española tan arraigada socialmente.
Con el paso de los años había sucumbido alguna vez vencido por el cansancio. De joven y en verano, en la playa, con la cercanía del mar era distinto. Esos sueños sabían a sal y a arena y albergaban la promesa de una noche fresca y ociosa al aire libre. Diversión nocturna estival, para la que iba de perlas tener el cuerpo descansado. Pero ya no era verano. Comenzaba noviembre, con su aura triste y gris, el noviembre de las ramas peladas y el olor a castañas asadas. Un mes que se abre recordando a los muertos no puede augurar nada bueno más que resfriados tempranos por no saber desempolvar a tiempo las bufandas.
Lo peor de ese otoño, que se había ido haciendo dueño de su vida sin apenas darse cuenta, es que ya ni si quiera podía mantenerse firme en su obstinación anti-siesta. Le había vuelto a pasar. Había caído de nuevo. Y aunque eran solo las seis de la tarde, abrir los ojos y descubrir que la penumbra se había adentrado en la habitación pese a los grandes ventanales, le aturdía aún más. Le dejaba un regusto amargo en el paladar, la constancia de saber que había desperdiciado en sueños los escasos minutos de luz que aún conseguía escatimarle a noviembre.