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Siete historias de histeria (V)

Publicado el 23 agosto 2013 por Javier Ruiz Fernández @jaruiz_

Air Force One

Un avión es una máquina diseñada para volar. Aprovechando su estructura aerodinámica y las corrientes de aire, consigue alcanzar grandes velocidades a cientos de metros de altura y viajar entre puntos a miles de kilómetros de distancia en pocas horas.

Te dicen: “Cuantos menos aviones cojas en tu vida, más posibilidades tienes de quedar hecho pasta de confeti por haber embarcado donde no tocaba.” Esta afirmación nunca ha tenido ningún sentido para mí. Si multiplicas el número de viajes realizados por las posibilidades de morir en caso de accidente, el riesgo siempre debería ser igual o superior a cuantas veces te arriesgues. Aunque sea mínimo, ínfimo, rozando el cero absoluto.

Sin darme cuenta, agarro el libro que tengo entre las manos con fuerza y arrugo su portada y unas cuantas páginas del interior. El libro es Corazón tan blanco, de Javier Marías. Su protagonista, el cual es traductor, igual que él, no tiene miedo alguno a coger aviones ni a conectar escalas aquí y allá. Le da un poco de manía grabar a sus antiguas amigas desnudas y ser un voyeur encubierto pero, en el fondo, en estos momentos, le admiro. El vuelo se descubre como un mero trámite que conecta dos puntos. Hablar sobre ello se torna irrisorio, pienso.

Si tuviera que viajar en un avión que fuese a tener complicaciones durante el trayecto, ser secuestrado o contra el cual se atentase, escogería el Air Force One. Sin embargo, poca gente sabe que no existe una aeronave con ese nombre, sino que todo avión en el que viaje el presidente de los EE UU recibe ese apelativo. Además, si tuviésemos que fiarnos de las especificaciones técnicas que aparecían en la película de Harrison Ford, sería una forma de viajar mucho más segura, con una cápsula de escape, por si las moscas. Todo el mundo dice que eso es imposible, pero las especificaciones del Air Force One son confidenciales, y, que yo sepa, no conozco a ningún miembro de la inteligencia secreta norteamericana.

Air Force One

Air Force One es el indicativo utilizado para cualquier avión de la Fuerza Aérea que transporte al presidente de los EE UU.

Cuando el avión se eleva hasta coger altura y alcanzar velocidad de crucero el estómago me da un respingo que se alarga una eternidad. Agarro la mano de la chica que tengo a mi lado y agradezco viajar en compañía. Ella me observa con ternura y me acaricia la mano y el pelo, yo miro alrededor, sintiéndome un poco estúpido. El resto de pasajeros duermen, leen y hablan entre ellos despreocupadamente. Decido ser positivo, pensar que en la mayor parte de los vuelos comerciales no ocurre nada remarcable y no levantarme de mi asiento por nada del mundo.

***

La aerofobia o miedo a volar, en la mayoría de los casos, no es más que el temor a lo desconocido. El número de personas que sufre claustrofobia (miedo a los espacios cerrados) o acrofobia (miedo a las alturas) es pequeñísimo frente a aquellos que temen no poder tener el control de una situación o desconocer qué está sucediendo.

Gran parte de los sujetos que experimentan fobia a volar desconocen los principios de la aviación, con lo que incrementan ese miedo injustificado. La mayor parte de los seres humanos no creen que un avión pueda planear sin necesidad de motores, e imaginan que un fallo mecánico haría que cayese en picado en el transcurso de su trayecto. Nadie ha explicado nunca a todos estos imbéciles que podemos morir en cualquier momento.

***

Bostezo adormilado en mi asiento, después parpadeo un par de veces, me desabrocho el cinturón de seguridad y me levanto del asiento. Encamino mis pies hacia el baño.

—Señor, vuelva a su asiento, estamos a punto de aterrizar —me informa una azafata.

—Me estoy meando. Tardo solo un minuto, guapa —contesto.

Esquivo a la chica entre réplicas y abro la puerta del W.C. Una mano se desliza por mi espalda y me agarra por el jersey, después tira hacia él. Me encuentro con un tío ENORME pegado a esa mano.

—¡Eh, amigo! ¡A ese jersey le faltaba un día para jubilarse! —le grito.

—Ya ha oído a la señorita, vuelva a su asiento y aguántese. Tenía que haber ido antes al baño.

—¿Quién coño eres tú, el puto Charles Bronson?

—Sí —contesta.

—Pues yo soy los siete magníficos —replico dándole un empujón.

Escucho algunos gritos alrededor, pero no identifico bien si son de ánimo o reprobación, y vuelvo a mi asiento.


Siete historias de histeria (V)

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