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Siete historias de histeria (VI)

Publicado el 24 agosto 2013 por Javier Ruiz Fernández @jaruiz_

—No aguanto más. Llevamos horas aquí sentados y no hay nada que hacer —comento entre suspiros, entonces cojo todo el aire que puedo y lo suelto lentamente, intentando relajarme.

—Pégate una vuelta por el avión, chico —dice un hombre de mediana edad que ocupa un asiento cercano.

—No es mala idea. Iré al baño y estiraré las piernas —comento con mi pareja.

Indiana Jones

Harrison Ford ha interpretado al personaje de Indiana Jones en todas las películas de la saga.

El avión está a rebosar, por lo que se hace incomodísimo estarse quieto durante cuatro o cinco horas. Además, por mucho que insistan, el precio no lo compensa. Me libero del cinturón de seguridad y salto al pasillo. Es tan estrecho que a duras penas quepo yo, pero no dudan en hacer pasar decenas de veces carros con souvenirs, refrescos y aperitivos.

Un anciano me coloca la palma de la mano en el pecho. No mide más de metro sesenta y viste una cazadora de cuero y un fedora marrón. Sin embargo, no lleva látigo, ni tiene ningún otro parecido con Harrison Ford.

—Stop, kid! I’m looking a jet engine —parece más yanqui que inglés, pero tampoco pondría la mano en el fuego.

—Déjeme estirar las piernas, viejo.

—¡Si no encontramos ese reactor, no podremos aterrizar! Alguien lo sustrajo mientras no vigilaba. Pero lo que ese rufián desconocía es que existe un defecto en la turbina… Debemos encontrarlo y repararlo antes de que sea tarde, kid.

—Vale, me siento.

***

Le cedo el libro a la mano que me acaricia y me levanto del asiento. Las luces del avión se apagan y se encienden sin sentido aparente, bajan las mascarillas de oxígeno y un par de azafatas caen al suelo de improviso.

—Oiga, ¿qué coño pasa? —grito.

—¡El avión está fuera de control! —contesta un viejo con un chillido agudo. El vaso de whisky que lleva en la mano se le resbala y cae contra una chica joven.

—¡Cállese, momia! ¡Curda! ¡Cuidado con los hielos, que se los ha puesto de sombrero a la chica!

Camino por el pasillo del avión con rapidez, algunas manos se lanzan contra mis pantalones y mi jersey intentando retenerme: no entiendo qué ocurre. Me coloco frente a la puerta del piloto y le ordeno a una azafata que abra esa puerta.

—Las puertas se encuentran blindadas y bloqueadas desde el interior a raíz de los atentados del once de septiembre, señor —contesta.

—¡Charles! —grito— ¡Dispara a la cerradura!

El avión se balancea sin control, bandea y unos cuantos pasajeros sin el cinturón abrochado salen volando hacia la parte delantera de la nave. Por otra parte, más de la mitad de la tripulación ha decidido tomar la sensata decisión de colocarse mascarillas de oxígeno en las napias y quedar noqueados al instante.

—¡Derriben la puerta! —grito.

—¡No! ¡Las puertas son antibalas! ¡Es imposible!

—¡HÁGANLO! —aporreo la puerta con los puños, los nudillos quedan en carne viva y la sangre empieza a brotar.

La puerta metálica se abre —chirriando—, y todos podemos ver la cabina del piloto. Allí, el copiloto se entretiene con un daiquiri y, a juzgar por su tanga, una tal Cherry, que se contonea encima de él.

—¡Esto es una fiesta privada! —me grita el piloto pegando sus gafas de sol contra mi cara.

***

 Me levanto del asiento. No cabemos en el pasillo. Ha sido invadido por serpientes cascabel, terroristas islámicos y mezzosopranos. Cuando alguien se empeña en ayudar hasta el ridículo, termina por emocionarte.

Les digo:

—Gracias, chicos. Muchas gracias. Había empezado bien, era una historia típica pero creíble. Sin embargo, nadie puede imaginar que se junten pilotos salidos, detectives fracasados, tipos duros, mezzosopranos e islamistas. Os agradezco el esfuerzo, pero debo superar mis miedos sin ayuda. Nos vemos en tierra, gente. Buen trabajo.

Entonces, el avión atraviesa un par de turbulencias. Yo me abrazo a las serpientes, a los tipos duros, a los detectives borrachos con sombrero fedora y me acurruco entre las tetas de las mezzosopranos. La chica a mi lado sigue acariciándome la mano y el pelo, pero ya no me siento ridículo.


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