Hay momentos en los que nuestro mundo se detiene y quedamos suspendidos en esa enorme nada en la que nos movemos a diario. Esta semana me he encontrado con esa realidad de frente, la he visto a los ojos y he sufrido por ello. Asustada como una niña pequeña que ha perdido a su mamá en el centro comercial, noto los nervios en mi estómago y hay momentos que mis pies no consiguen dar más de dos pasos sin tener la necesidad de parar. Necesito salir a la calle, respirar ese aire nuevo y no tener miedo por ello. Creo que esa niña perdida se ha dejado engatusas con demasiados caramelos, demasiadas veces se ha escondido debajo de la mesa apretando con fuerza las orejas para no escuchar el sonido de las balas. A esa niña hoy le debo la satisfacción de pelear por su inocencia perdida, por todos aquellos sueños que le han robado.