Juntas, casi gemelas aquellas dos estalactitas se daban la mano. Brillaban como diamantes. Ellas, felices y coquetas, desconocían que la fuerza del sol de otoño vencería y licuaría sus mentirosos cuerpos sólidos.
Mira, me voy escurriendo. Dijo una a la otra, quien el mirar al suelo vio como sus pies diluidos eran breves gotas estrellándose en el suelo.