Veintiseis minutos. Eso fue lo que duró el partido amistoso entre el local, Pro patria, y el Milan. El Ganés Kevin Prince Boateng atacaba en el vértice del área cuando de repente, y para sorpresa de todos, tomó el balón con las manos y lo lanzó de una patada furibunda y digna de un arquero hacia la parcialidad local intentando, quizás, romper en trizas y de un pelotazo las imitaciones de sonidos de mono que provenían de la tribuna cada vez que tocaba el balón.
Pensó que tener un color mas oscuro de piel no era razón para soportar improperios, y sin dudarlo se sacó la camiseta rojinegra y se retiró del estadio, aplaudido por muchos, abucheado por unos pocos, los mismos que lo insultaban claro. Sus compañeros de equipo lo apoyaron y se fueron al vestuario con él.
Una semana más tarde, Joseph Blatter, presidente de la FIFA, organización que en cada colorida ceremonia inaugural de mundiales se encarga de promover el juego limpio y la unión en el fútbol declaró en una especie de reto disimulado: "La protesta de Boateng es digna de elogio, pero no debió retirarse del estadio."