Tu brazo intentó rodearme por completo, poseerme y hacerme tuyo. Un brusco golpe de mi brazo paralizó el tuyo. ¿Por qué lo hice? ¿Acaso tenía miedo? Puede.
Ese choque hizo que mi reloj saltase por los aires y cayera sobre el frondoso césped. Sobre la espesa hierba que sostenía nuestros tímidos sentimientos, esa alfombra natural que nos abrazaba sin darnos cuenta.
Chocó contra una roca que permanecía oculta y acto seguido, su mecanismo se bloqueó.
Me desvié de la trayectoria que me conducía sin poder evitarlo a tus labios y me sorprendí al ver la fractura en el cristal. Se había roto, y me daba exactamente igual.
Volví a arrojar el reloj, te miré, y tus ojos marrones decían todo y nada. En tus pupilas se marcaban la tranquilidad y la seguridad que yo no tenía. Mientras que tu iris me engañaba poco a poco haciéndome sentir especial. De nada servía intentar jugar a las adivinanzas, y mucho menos usar el noble arte de la deducción. Estaba a merced de tus manos, de tu boca… estaba a tu merced, a tu entera disposición.
Le fue imposible al reloj hacer que el tiempo pasara. Simplemente, se detuvo en aquel preciso momento; un momento que no quería dejar escapar. Un momento al que convertimos los dos en eterno.
Jh.