
"Sin comentarios..." Y el político de turno se queda tan ancho sin aclarar su declaración. "Esto son lentejas..." parece decirnos tras la rueda de prensa con los medios, donde "prensa" parece tener una acepción de "rodillo declarativo". Como si existieran verdades absolutas, como si los matices, las explicaciones o la curiosidad fueran innecesarias. La costumbre del "no comment", ese latiguillo tan socorrido de los imputados, los sospechosos, los faltos de ideas y los miedosos... se contrapone muchas veces con la diarrea declarativa ante los afines, en los mítines, en la barra del bar, en la cena con los camaradas...
Y mira que la democracia es sobre todo opinión, contraposición, controversia, debate, discusión... un no parar de comentar. La democracia lleva aparejado un incómodo dolor en las posaderas que aguantan el tronco corporal en largas horas de debate, de réplica y contrarréplica... sin llegar al filibusterismo parlamentario se puede opinar y comentar durante horas. La discusión de algunos temas puede alragarse durante eones sin llegar a consumirse ni decantarse por una verdad incontestable. Para mí es incomprensible un parlamentario que nunca parlamenta.
Igualmente es incomprensible que mucha gente desprecie la prensa, eluda los debates, reniegue de hablar de política alegando que mienten más que hablan, que tergiversan... Claro que sí, lo hacen a menudo, pero también informan, aclaran y son cauces de opinión. Contaré una anécdota sobre cómo descubrir a los medios mentirosos: tuve un alumno de 10 años, muy inteligente, que cuando en una conversación en un chat escolar, uno de de los participantes jugó a usurpar la identidad del profesor escribiendo mensajes malintencionados, animó a todo el grupo a "hacerle hablar" porque él mismo se descubriría, como efectivamente así pasó. Necesitamos aportar nuestra partecita de verdad para completar el gran puzle de la certidumbre.
Leemos poco. Leemos mal. Y no somos muy educados con los que escriben para nosotros. Muchas veces nos interpelan en sus entradas, en sus artículos. Muy pocos contestan. Algunos toman nuestras ideas, las aprovechan, las usan para sus trabajos... pero muy pocos te lo agradecen.
Personalmente edito cinco blogs. Dos de ellos del colegio. Uno, ahora restringido, de mi pueblo. Otros dos literarios: uno de poemas y el que estás consultando: de artículos y ensayo. Son relativamente muchas las visitas, pero muy poca gente comenta y suelen ser siempre los mismos. En mi blog escolar, el de mi grupo de alumnos, suelen regalarme sus comentarios los mejores: los más afectuosos o curiosos. En el blog de la biblioeca de mi cole (que yo edito, pues soy el bibliotecario) los principales destinatarios: los niños de mi colegio apenas participan, pero desde los países hispanoamericanos hay numerosas participaciones, todas ellas expresando agradecimiento (enternece leer "que les has salvado del suspenso en su trabajo escolar", con el comentario de algún libro o algún trabajo sobre puntuación, por ejemplo, lo más celebrado del blog). Llego a la conclusión de que los niños de más allá del Atlántico son mucho más educados que los nuestros: te desarman con sus sencillas frases de agradecimiento en medio de una ortografía espantosa.
A mí, de pequeño, me enseñaron que había que contestar cuando de hablaban. Que era de buena educación. Poco cuesta escribir una breve aportación, un mensaje de ánimo, unas simples gracias...
A los que lo hacéis daros sinceramente las gracias. Porque escribir cuesta y la recompensa es que alguien te lea. Cada comentario oportuno supone el reconocimiento del otro, que te habla , que te escucha. Y en cada uno se reconoce atención, esfuerzo, paciencia, comunicación al fin. Dice el refrán: "No hay mayor desprecio que no hacer aprecio": Pues bien; yo reclamo a voces tu aprecio. Y también dice este otro "Como canta el abad, responde el sacristán": No me hagas pensar que tengo tan mala voz.