
CC –nc –sa –by slimmer_jimmer
Érase una vez…
En Cobieya, en los años del Rey Sancho el Guerrero, aún seguían una antigua norma que disponía que un niño se hiciera adulto a los doce años. Pizco tenía 11 años y 364 días, pero no le preocupaba nada porque era el príncipe. Lo único que lamentaba es que a partir del día siguiente no le sería permitido jugar nunca más. Pizco convocó a sus amigos a jugar por última vez en el bosque. En la segunda hora de la mañana, Pizco todavía les esperaba, cuando vio a un hombre vestido con una túnica roja, acercándose montado en un escudo volador.
-¿Quién es usted? –Pizco preguntó al recién llegado. Pero el extraño respondió con una sola palabra
–Ríndete.
Pizco desenvainó su espada. El extraño sonrió y susurró una palabra mágica. Justo después a Pizco se le cayó la espada de la mano, su brazo derecho colgaba del hombro sin vida. Entonces Pizco se volvió y salió corriendo, esquivando los árboles que encontraba. El extraño tocó su propia pierna derecha. Pizco cayó de bruces sobre la tierra. El brujo se apeó del escudo y se acercó lentamente. El niño todavía trataba de escapar, arrastrándose con el único brazo y la pierna que todavía podía mover hasta que el hombre lo alcanzó y le dio la vuelta de una patada.
-¿Te rindes ahora?
Pizco lanzó un puntapié que hizo retroceder al hombre exclamando maldiciones. Entonces el brujo acarició su rodilla y se llevó un dedo a los labios. Pizco estaba acabado. Ya no podía moverse ni hablar, sólo ver como se aproximaba el señor de la magia.
–Tenme miedo, pero no te preocupes por tu vida.
Dicho esto, agarró al pobre Pizco y lo ató al escudo volador. Después saltó encima y con un guiño lo hizo despegar. Tras un largo viaje, Pizco y el brujo sobrevolaron una tierra de niebla, pantanos, arroyos tortuosos y árboles mortecinos que se agarraban a la vida bajo una lluvia incesante. En medio de todo, se erguía una gigantesca torre de piedra. El brujo llevó al escudo volador a la azotea, bajó y entró en la torre. Durante horas, Pizco se quedó solo atado al escudo, bajo la lluvia, el viento y los aullidos distantes de los lobos.
Al fin apareció una chica descalza, vestida solo con una túnica de tela vaquera, larga hasta las rodillas, temblabando de miedo y frío. –Tengo que meterte dentro, –le dijo y luego le ató una venda en los ojos.
Cuando Pizco pudo ver de nuevo, yacía sin camisa sobre una cama de piedra. A su izquierda el brujo alzaba un jarrón de barro rojo. Los muros y techo estaban cubiertos de extraños símbolos. A sus pies, en una mesita había otro jarrón, como el que alzaba el brujo, pero de color amarillo ocre.
–Venga tu alma a las tierras oscuras
–Según el brujo comenzó su blasfemo canto, Pizco trató de levantarse con todas sus fuerzas, pero seguía inmóvil. El brujo colocó el jarrón sobre el pecho de Pizco.
–Así sea — dijo al terminar.
Pizco ya no más sintió su corazón dentro del pecho, sino sobre éste, latiendo dentro de la vasija roja. Le llevó un segundo entenderlo que pasaba, el mismo segundo que tardó el brujo en retirar el jarrón. Le habían robado el corazón e iba a morir.
El brujo volvió con el jarrón amarillo y lo apoyó, como había hecho con el otro, sobre el pecho del niño.
–Tenme miedo — le dijo y en ese mismo instante un nuevo corazón, enfermo y cobarde latió dentro del chico que lentamente cayó en un profundo sueño.
Cobarde
Pizco despertó dos días más tarde sobre un colchón viejo colocado sobre el suelo. Vestía sólo una pobre túnica azul, como la niña que le había llevado dentro y que entonces le hablaba.
-¿Cómo te llamas?
–Pizco.
-¿Te duele?
–No, sólo estoy muy cansado.
–Es normal, todavía se te está pasando el efecto del hechizo.
-¿Dónde estoy? ¿Cómo te llamas?
–Me llamo Aras y estás en el dormitorio 22A de la Torre del Señor Añicos, el brujo. Estás aquí porque el señor Añicos quiere que seas su esclavo y trabajes para él. ¿Puedes levantarte?
–Creo que sí.
–Por favor, inténtalo. Te ayudaré. Pizco consiguió levantarse tras dos minutos de sudores. Sus piernas temblaban por el esfuerzo y la cara se le había quedado blanca como una pared.
-¿Tienes miedo, Pizco?
–Sí, pero no sé por qué.
–Tienes miedo a desobedecer al brujo. Es tu nuevo corazón, te convierte en un cobarde, como todos los demás, como yo.Pero no te preocupes, haz siempre lo que quiera el señor brujo y no tendrás que pasar tanto miedo.
El laboratorio
Tras caminar tres pasillos y bajar cuatro escaleras, Aras y Pizco entraron en el laboratorio. La habitación ocupaba un piso entero de la torre, así que habría parecido enorme de no haber estado llena por un hormiguero entero de niños, centenares de máquinas estruendosas, y decenas de hornos de fundición. Hedía a sudor y a azufre, el aire ardía y el ruido te impedía pensar, pero Pizco, a lo único que tenía miedo, era a no estar ahí. Aras le enseñó a Pizco su primer trabajo. Consistía en cargar una carretilla con polvo rojo y llevarlo a un horno de fundición, una y otra vez. Con ese polvo se hacían unas pastillas grandes como galletas, que todo el mundo llamaba medicinas aunque nadie se lo creyera.
Todos tenemos los cumpleaños parados
Pizco supo que el trabajo estuvo terminado trece horas después, cuando ya no temía descansar. Fue al comedor con los demás, donde los niños encargados de la cocina ya habían servido la cena. Se sentó junto a Aras y otros cien niños en una de las largas mesas de madera y sólo entonces se atrevió a bombardear a su nueva amiga con preguntas.
-¿Son todos niños aquí?
–Sí, todos salvo el señor brujo, claro. Todos los demás tenemos doce años menos un día.
-¿Mañana cumplís todos doce años?
–No, no hay cumpleaños. Todos tenemos los cumpleaños parados y tú también. El señor brujo piensa que es lo mejor para él.
-¿Dónde está el señor brujo?
–Nadie lo sabe. Y es mejor así. Da miedo verle.
-¿Y si no hay guardias por qué no escapamos?
-¿Escaparnos? ¡No! Nadie puede. No quiero. ¿Sabes lo que pasaría si trataras de escaparte?… — Aras no pudo terminar la frase, llorando y temblando miedo. Poco después a Pizco le pasó lo mismo. Nada le daba tanto miedo como escapar.
Los héroes van más allá de lo justo
Cinco años más tarde, Pizco tenía aún doce años menos un día. Como el resto de los niños había trabajado todos los días para el brujo, al que no habían visto nunca. Sólo la llegada de un nuevo chico o chica de casi doce años cada dos o tres meses, mostraba que el brujo seguía allí. Pizco pensaba que nunca se atrevería a escapar. Tampoco creía que nadie vendría a rescatarle. Y si lo hicieran estarían esperando a un valiente príncipe de diecisiete años, no a un niñito asustado. Ese día, cuando estaban acabando de trabajar, los niños escucharon los pasos de un adulto bajando las escaleras. Todos se paralizaron; algunos se tiraron al suelo, unos pocos rompieron a llorar, nadie se atrevía ni a rezar. “Pizco, levántate y ven conmigo, por favor”. Pizco se quedó quieto, pero muchos de los niños, incluida Aras le tomaron de brazos y pies, lo dejaron fuera y cerraron la puerta.
–Tienes que ir –le decían –si no, será malo para todos.
–Pizco, levántate y ven conmigo, por favor –repitió la voz desde las escaleras.
Pizco por fin, decidió ir. Encontró una mujer con alas de ángel, vestida de oro y plata.
–Seré bueno –dijo Pizco –por favor, no me haga nada.
–Me llamo Gabriela. Me voy a sentar aquí — dijo la mujer ángel.- Si quieres puedes sentarte conmigo. Cuando se sentó Pizco, Gabriela le explicó lo que quería de él.
–Vale, Pizco, a los ángeles no nos gusta sentarnos. Es una lata, nunca sabes donde poner las alas, así que seré rápida. Dios quiere que seas un héroe. ¿Qué por qué tu? Chico, ni idea, cosas del jefe.
–Pero no puedo ser un héroe, soy un cobarde.
-¿Y qué?
–Pues que los cobardes no son héroes.
–Bueno, esto es lo que tienes que hacer. Vas a la habitación del señor brujo y le cambias su corazón. Lo mismo que él te hizo. Gabriela tuvo que usar todos sus poderes para evitar que Pizco se desmayara de miedo… y fracasó. Diez minutos más tarde, Pizco se despertó temblando.
-¿Lo ves? Soy un cobarde. No puedo hacerlo.
–No, no me has convencido. Es que Dios me ha dicho que puedes y claro, el jefe es el jefe. Nos vemos esta noche, ahora me tengo que ir a muy, muy, muy arriba. –Dicho eso Gabriela se disolvió en el aire.
Se hizo de noche. Todos fueron a la cama. Pizco no podía dormir. Al final se escurrió del colchón y salió de puntillas del dormitorio. No lo había planeado, pero en ese momento vio las escaleras y decidió subirlas. Como estaba en ello, siguió adelante lentamente – tan lentamente que a veces se daba la vuelta — hasta que llegó a la puerta de la habitación del brujo. Y allí se quedó, quieto como un maniquí.
Entonces, sobre la puerta del brujo, se formó la cara de Gabriela que le guiñó un ojo y susurró –El jefe cree que sería bueno que abrieras la puerta.
Pizco respondió con otro susurro –Pero es que no tengo llave.
–Por lo menos empuja.
Pizco empujó. La puerta se abrió en silencio. La habitación nunca le había parecido tan aterradora en los días que le había tocado limpiarla. Antes ni estaba oscura y ni tampoco estaba el brujo. Ahora podía ver su oscura forma y escuchar sus ronquidos. Pizco entró temblando, fue al armario donde el brujo guardaba los jarrones rojos y tomó uno vacío. Seis veces fue a la cama del brujo y seis retrocedió. A la séptima caminó con los ojos cerrados y quedó ante el pecho de su aterrador enemigo. De un golpe el chico puso la vasija sobre el corazón del monstruo y susurró –Dios, ayúdame.
El brujo Añicos se despertó. Demasiado tarde, su corazón ya estaba dentro de la vasija, aún latiendo. Pizco veía como crecían de miedo los ojos del brujo. El malvado se iba a morir. Gabriela apareció al otro lado de la cama sosteniendo otro jarrón rojo.
–Pizco rápido, Dios no quiere que este hombre muera. Confuso, Pizco dejó la vasija donde latía el corazón del brujo y tomó la que Gabriel le ofrecía y se la llevó al pecho. Entonces lo supo. — Por favor, éste no, éste es el mío, el de verdad. Gabriela se quedó en silencio, sin sonreír ni ponerse seria. – Pero no es justo.
–No, no lo es. Los héroes van más allá de lo justo.
Pizco dejó el jarrón con su verdadero corazón, aún latiendo, sobre el pecho del brujo. Justo entonces Gabriela desapareció, dejando a Pizco congelado de miedo. Dos segundos después, el brujo saltó de la cama y le agarró por el cuello estrangulándolo con toda su furia. Pizco respondió con mil puñetazos. La lucha siguió durante cuatro terribles minutos; las fuerzas del niño se deshaciendo hasta que un último golpe no consiguió sino hacer reír al brujo.
-¡Adiós! –gritó éste complacido.
De repente, Pizco estaba libre. Añicos le había soltado y yacía en el suelo llorando. Tenía un nuevo corazón, el de Pizco que era más fuerte que todo el mal que había hecho durante muchos siglos. Añicos lloró siete horas más, salió corriendo y nunca más lo vieron.
Pizco devolvió a cada niño su verdadero corazón. Al día siguiente tuvieron la más grande de todas las fiestas de cumpleaños, con miles de tartas horneadas por ángeles, todas con doce velas. Después cada uno se fue a su casa. Pizco volvió al palacio. Al principio nadie le creía, pero cuando apareció Gabriela y le explicó al Rey Sancho la verdad todos se alegraron de volverlo a ver.
Pizco creció y se hizo Rey. A pesar de sus miedos, porque todavía tenía su corazón de miedo, fue un buen Rey. Nunca puso en peligro a su reino y cuando algún rey malvado atacaba preparaba con tanto cuidado las batallas que Cobieya siempre salía victoriosa. Este es el final de esta historia que es tan cierta como cualquier cuento. Y si alguna vez te pierdes y acabas cerca de una gran torre, no tengas miedo. Con lo único que debes tener cuidado es con una vasija de barro que yace en el suelo entre arañas porque si cambiaras tu corazón por el de la vasija te convertirías en un brujo, poderoso, pero malvado.
Fin
Notas
En este cuento exploré el tema del valor, de lo que significa ser un héroe y de la esperanza y es que cuando hace años que se ha dado todo por perdido, aparece un ángel.
Información
Palabras: aproximadamente 2100
Páginas: 8
Género: Infantil, Miedo, Religioso
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