Otra estación,
a miles de siglos de distancia.
Otra estación sin vos.
El mundo es un derrotero
y yo soy la eterna navegante
que te busca
en estaciones de trenes en ruinas.
Camino entre las vías del tren,
saltando de uno en uno
los durmientes.
Investigando si entre éstos
ha quedado algún vestigio
de tu presencia:
un ticket,
un garabato sobre una servilleta de papel,
el envoltorio de un caramelo.
Siento el temblor de la locomotora
que pasó por este mismo lugar,
llevando un único vagón
con dos o tres pasajeros errantes
dentro de los cuales estabas vos,
sentado en un asiento de cuero blanco,
con sombrero de ala ancha, mirada gentil,
y zapatos de cuero recién lustrados
dispuestos a llevarte
a un lugar donde estuviese yo.
Tengo la vista arruinada,
igual que lo están las paredes de esta estación.
Mi alma abandonada y el corazón
que antes era de madera de pinotea,
ahora es de un material
polvoriento que apenas
si sobrevive a esto
que hemos dado en llamar
desencuentro cósmico.
Una vida, mil vidas,
cien estaciones más,
mil ventanas abiertas de par en par,
una capilla al lado de la boletería,
y un curita que se pregunta
dónde corno está Dios.
Eso nos ha quedado Darling:
mil estaciones sin Dios.
Patricia Lohin
Foto propia: Estación de Lin Calel
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