No se atrevía a abrirla, estaba allí, en el rincón donde él la había dejado hace unos días. Marrón, vieja y gastada. Dijo: “guárrdamela” y se fue. Pero no había vuelto desde entonces y empezaba a corroerle la curiosidad.
Era extranjero, pero no sabría decir de donde por su leve acento, su casi perfecto castellano, quizás de alguno de esos países del Este de nombre impronunciable y casi imposible ubicación en el mapa mental que tenía de la vieja Europa. Desconocía su nombre lo que tampoco ayudaba mucho a la hora de asignarle un país. Pensó que cuando volviera a por la maleta se lo podría preguntar, en realidad no sabía mucho de él. Si es que volvía.
A mediodía cuando salió a comer y pasó por su lado la levantó, pesaba, pero no parecía que nada se moviera suelto dentro de ella, le parecía un peso compacto y sólido. No pudo evitar acercar la nariz y oler mientras por su imaginación pasaban imágenes de cuerpos mutilados y antiguas portadas de El Caso, aunque inmediatamente se sacó esas ideas de la cabeza, seguro que apestaría.
Al cabo de otros tres días arrastró la maleta hasta la trastienda, le daba miedo que algún cliente listillo se la llevará en un despiste suyo y que su dueño creyera que la había perdido, o vendido, o robado…
Allí descansó un par de semanas hasta que una noche antes de cerrar entró a guardar un par de cajas y la volvió a ver. Ya no se acordaba de ella. Pensó en cuanto tiempo estaría obligado a custodiar aquella misteriosa maleta sin que se le pudiera culpabilizar de negligencia. Total su relación con el dueño era meramente comercial, hacía un año que había abierto un locutorio enfrente de su pequeña tienda de electrodomésticos y de vez en cuando entraba en la tienda y le compraba pilas o algún cable, tampoco gran cosa, comentaban algo educadamente y se marchaba. Nada más.
La tumbó con cuidado en el suelo y examinó los cierres. No tenían ningún tipo de combinación, eran de los antiguos, a presión.
- ¡Clack! ¡Clack! –
Se quedó mirándola, todavía cerrada pero con los pequeños cierres plateados abiertos, como señalándole, perpendiculares a su cuerpo. Cogió la tapa de arriba y la levantó despacio.
……
Hacía una semana que Juan, el de la tienda de electrodomésticos le había dejado aquella maleta. Entró como todos los días a tomar el primer café de la mañana pero en vez de pedirle un cortado largo le dijo “guárdamela” mientras le acercaba una vieja maleta de color marrón junto a la barra y se iba sonriendo. Y su tienda seguía cerrada.
Lo extraño es que Juan la entró como si no pesara nada y cuando él la intentó meter en el cuarto donde guardaba las cajas de bebidas tuvo que arrastrarla con las dos manos, como si estuviera moviendo su propio peso muerto…