No dejó rastro en mi piel, ni siquiera fue bandera a la que entonar un himno al viento. Me sumé a las piezas de una colección inerte y muerta de promesas, deidades de cartón y latón, mentiras varias. Aunaba calidez y frialdad, blanco y negro a partes iguales. Hasta que su máscara dejó en la mesa y un silencioso grito de falsedad aulló claro y rotundo.
Me amaron entonces de verdad, sin errores. Pues fui yo al fin, desnuda. Mía.