Tan de postal, la imagen. La luz real, sin ningún tipo de filtro, sobre un ejemplar de Vanessa atalanta (¿Vanessa? ¿quién le ha puesto ese nombre?). Con su gracioso naranja sobre fondo marrón oscuro, sus manchitas blancas y sus motas azules en las esquinas.
De un tamaño tan descomunal que el aleteo (¡flop! ¡flop!) de una flor a otra suena como el de un pájaro, como debería sonar un pájaro y no una mariposa. También hace ruido mientras escarba en las flores. Llega a dudarse (un segundo, al menos) si no será venenosa... Tan de postal.
Pero el truco está en la perspectiva.
La vanessa se alimenta de flores amarillas.
Flores frescas.
Sobre una tumba.
En un cementerio.