La semana pasada el politólogo argelino Sami Naïr, en unas charlas celebradas en CajaCanarias, decía que el mundo actual se ha vuelto melancólico y ha fijado los ojos en el pasado incapaz de vislumbrar un futuro. Rrecordamos cómo en los años sesenta y setenta el mundo soñaba las maravillas de progreso y ocio que traerían los nuevos tiempos, e incluso algunos se llegaban a preguntar qué haríamos con ese tiempo libre cada vez más holgado que disfrutaríamos en el futuro.
Hemos recorrido un largo trecho para encontrarnos con que nuestro tiempo libre apenas existe ocupados como estamos en generar recursos para costear toda una serie de necesidades, cada vez mayores en número, a las que no queremos ni podemos renunciar a estas alturas. Y aquella otra imagen de un mundo futuro en el que todos los deseos tendrían respuesta y no habría reductos de pobreza ha estallado en pedazos ante nuestros ojos.La melancolía, la nostalgia nos hacen rememorar otros épocas y, mientras tanto, con los ojos empañados por el desengaño se desangran nuestras energías de ilusión por la llegada de tiempos mejores. Tal vez en los patios de colegio se oigan ya hoy frases como:'si me das un poco de bocadillo, te doy un puñetazo en el estómago'. Ya sabemos que los niños, en toda su candidez, lo único que hacen es imitar a los mayores.