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Sin migas de pan

Publicado el 08 junio 2013 por Jesus Andría González @creaactividad
Sin migas de panCharles Perrault, escritor francés del siglo XVII principalmente reconocido por haber dado forma literaria a cuentos clásicos infantiles tales como Caperucita Roja y El gato con botas entre otros, nos relató la historia de Pulgarcito el menor de siete hermanos, hijos de una familia pobre de leñadores, tan pobre que no podían siquiera alimentar a sus hijos. Pulgarcito, llamado así porque no era más alto que un dedo pulgar, todo lo que tenía de pequeño lo tenía de astuto, de forma que cuando se enteró una noche de que sus padres lo abandonarían (a él y a sus hermanos) a la mañana siguiente en el tupido bosque, se despertó temprano, fue al río y se llenó los bolsillos de guijarros blancos. Así, cuando su padre dedició adentrarles en el bosque y abandonarlos allí para no verlos morir de hambre, Pulgarcito fue soltando guijarros por todo el camino, y eso les sirvió, siguiendo el rastro, para volver a casa todos sanos y salvos ante la sorpresa de sus progenitores. Pero cuando sus padres persistieron en la idea de abandonarlos en el bosque, tan lejos tan lejos que no pudieran encontrar el camino de vuelta, Pulgarcito, que esta vez no pudo ir al río a coger guijarros, pensó que soltando migas de pan de su mendrugo del desayuno, podría volver a encontrar el camino de vuelta a casa, algo que no fue posible porque las migas que fue soltando se las comieron los pajarillos del bosque. Y en esta ocasión, temorosos y desorientados, los hijos del leñador en lugar de volver a casa fueron a llamar a la casa de un ogro que comía niños.

Me acordé de este archiconocido cuento mientras asistía hace unos días a unas jornadas sobre buenas prácticas docentes en el centro de profesores de una localidad próxima. Y la idea me asaltó cuanto caí en la cuenta del empecinamiento que tienen los docentes, desde tiempos inmemoriales, en pensar que el aprendizaje de sus alumnos y sus alumnas puede llegar a través del camino que va desde los conceptos a las actitudes. A los maestros y profesores nos han insertado en nuestros 'genes profesionales', desde las primeras etapas formativas hasta las oposiciones, que es necesario saber programar las unidades didácticas, ora en la búsqueda del desarrollo de competencias básicas otrora en el propósito de lograr determinados objetivos didácticos, pero siempre mediante contenidos que se estructuran empezando por los conceptos, para luego desarrollar ciertos procedimientos y finalmente (o en el mejor de los casos simultáneamente) la adquisición de determinadas actitudes. A mi juicio, este camino por el que se conduce a los/as alumnos/as desde los conceptos a las actitudes se asemeja en gran medida a aquella travesía que realizó el leñador con sus hijos para abandonarlos a su suerte en el bosque, quizás con la única diferencia de que en el cuento de Perrault el leñador lo hizo deliberadamente y en la educación el profesorado puede que no sea consciente de ello. 

Tratar de ir desde los conceptos a las actitudes es realizar un camino antinatura para cualquier aprendizaje. Si reflexionamos en la historia humana y social que hay detrás de cualquiera de los científicos, humanistas, inventores o artistas que aparecen como referencia en los 'insustituibles' libros de texto, llegaremos a la conclusión de que a estos pensadores e intelectuales lo que les condujo a desarrollar sus experimentos, a escribir sus obras literarias, a alcanzar determinado descubrimiento, a diseñar su invento o a realizar determinada pintura o escultura fue una profunda motivación por cambiar su mundo. A partir de las actitudes, estas personas fueron probando y desarrollando estrategias, técnicas y procedimientos, para finalmente alcanzar a definir y escribir un teorema, una ley, una novela, un prototipo o un boceto que servirían no sólo para cambiar el mundo que les rodeaba sino también el curso de la Historia. Yendo desde las actitudes a los conceptos el ser humano ha dado rienda suelta a su creatividad para salvar vidas, esculpir maravillas, componer melodías únicas, iluminar las noches, surcar los cielos, etc., en definitiva, llenar millares de páginas de libros de texto (de los de hoy) con conceptos e ideas.
Hoy más que nunca, estamos siendo testigos de como nuestro sistema educativo, empecinado desde hace lustros en enseñar partiendo de los conceptos para llegar a las actitudes, está abandonando al final de un bosque tremendamente tupido y oscuro a millares de estudiantes con sus cabezas enormemente repletas de conceptos. En una analogía tremenda y dramática con el cuento de Pulgarcito, éstos/as no son capaces de encontrar el camino de vuelta, la estrategia o el procedimiento que les haga salir de la maleza, de los aullidos en la noche, de los peligros que acechan fuera, porque ni siquiera les enseñaron a pertrecharse de migas de pan (mucho menos de guijarros) que les permitiesen encontrar el camino (la estrategia) para buscar un empleo, emprender un negocio, diseñar un proyecto de vida, superar la adversidad de una crisis económica como la actual, o simplemente, definir el éxito y ser felices. Todo lo más, nuestros/as estudiantes están siendo conducidos/as a llamar a la puerta de algún ogro comeniños que les promete un trabajo infracualificado y mal retribuido, un proyecto de futuro lejos de sus casas, una salida mediante el autoempleo (que mal llaman emprendimiento) o al ostracismo de los subsidios y las ayudas. Con urgencia debemos ser capaces de cambiar este cuento y llenar los bolsillos de nuestros hijos e hijas con muchos guijarros blancos que les permitan tirar de su creatividad y guiarse por el bosque, ya que los desafíos del futuro se antojan tremendos y solo aptos para aquellos/as más astutos/as.

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