Revista Literatura

Sin perdón

Publicado el 07 mayo 2015 por José Ángel Ordiz @jaordiz

Apenas había gente en la iglesia para despedir al fallecido, otro viejo al que la vida había matado, nada del otro mundo. El cura, con más años a las espaldas que el muerto, apenas hueso y piel tanto el cadáver como el oficiante, habló de nuevo con una voz desmayada por la edad: «Qué decir de nuestro hermano…». Miró hacia la derecha, hacia donde estaba sentado el coadjutor, muy joven y muy sobrado de carnes. «Qué decir de…». Volvió el cura a callarse, a mirar hacia la derecha. Al fin entendió su ayudante lo que le sucedía y se levantó del asiento para socorrerlo, para recordarle el nombre de la persona que había escrito versos en sus años mozos, estos versos heridos

No dispares,
guerrillero que vas,
es una niña,
guerrillero que no vienes,
jugando, inocente,
a esconderse de ti,
de la muerte.

o estos otros

Cuando se libere
el perro atroz que llevo dentro
y me libere,
ya calcinado el papel de mis batallas…

Cuando el río de mi sangre se ahogue
en el mar postrero para siempre…

de su único poemario editado.

Más tarde, al percatarse de que su pobre poesía cabía en los relatos, recurrió a la prosa, cuyo éxito midió el viejo sacerdote con su olvido y, sobre todo, sin el atenuante de las posibles miserias de la senectud, la poca gente en la iglesia. Pese al fracaso de ese creador de ficciones, yo, uno de sus personajes secundarios, nunca le perdonaré que no me concediera el papel principal en su última novela, cuyo título no citaré (que lo hagan sus protagonistas preferidos).


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