La vida está llena de experiencias, todas constructivas pero no por ello positivas. Nadie dijo que madurar fuese fácil, pero tampoco podemos enfrentarnos a ella como si se tratase de una encrucijada. Todos hemos sufrido un desengaño amoroso, la pérdida de un ser querido, una discusión acalorada con nuestros padres, el rechazo de un grupo social, el menosprecio de un conocido y la decepción del que pensábamos que era nuestro mejor amigo. Momentos desagradables pero necesarios que nos enseñan a resolver conflictos; unos los resolveremos a base de llorar y aguantar el dolor, otros apoyándonos en el hombro de un amigo con un pensamiento más objetivo, en ocasiones simplemente llegaremos a la conclusión de que hay gente que no nos valoran, otras veces admitiremos nuestros propios errores, pediremos perdón, sabremos perdonar y dialogaremos con esa persona para solucionar el problema. Todo consiste en no huir, debemos ser fuertes aunque la situación nos supere. De nada sirve vivir con miedo, y mucho menos con odio, estas actitudes nos llevan a un malestar constante y nos impiden afrontar los problemas con sabiduría. Es mejor sentarse a hablar y saber perdonar que vivir con la sensación de qué hubiese pasado si hubiéramos hecho algo para intentar solucionarlo. La vida es demasiado corta para andarse con lamentaciones y reproches, somos un suspiro en el tiempo y tenemos que aprovechar la oportunidad que se nos ha dado. No seamos esclavos de nuestra mente. Vivamos sin rencores.