Todos podemos tener una idea más o menos aproximada de lo que significa una guerra, del tipo de crueldades que se producen y los intereses que se ocultan. Hoy, como ayer desde Libia o Irak, nos llegan imágenes impactantes y desgarradoras de lo que puede estar sucediendo en Siria. Somalia queda más lejos, importa menos.
Sabemos que, al igual que muchos libros de historia no tratan del pasado sino de una recreación tergiversada del mismo, la prensa publica la realidad maquillada cada día. Todo está escrito. Herodoto, en el séptimo libro de Los nueve libros de la historia, nos advirtió: «Debo contar lo que se cuenta, pero de ninguna manera debo creérmelo todo». Indefensos ante la propaganda falaz y la manipulación, haríamos bien en usar las mismas cautelas del historiador cuando accedemos a cualquier medio informativo.
Al observar escenas horribles que provocan estremecimiento, ¿quién no se conmueve? ¿Quién no pide detener esta y todas las masacres? El uso de las armas químicas, de todas las armas, es inadmisible pero las armas no crecen espontáneamente como las malas hierbas; hay que fabricarlas y exportarlas. En todo caso, ¿tenemos certeza de lo que nos cuentan? Irak está muy cerca. Cuando aparecen dudas razonables sobre la veracidad y las intenciones de la versión oficial, desaparecen todas las dudas: no a la intervención. Y, en todo caso: ¡No a la guerra!
Siempre se repite el mismo esquema. Se trata de justificar la acción militar bajo el pretexto de que hay un déspota, con un enorme arsenal y ciudadanos necesitados de nuestra solidaridad y de protección humanitaria. Acabada la intervención, el dirigente derrocado es sustituido por otro igualmente armado y dispuesto someter a la población rebelde con similares métodos. ¿El único camino para la paz es la guerra? ¿Para cuando la sustituir la solución militar por un método más eficaz y civilizado? ¿Damos por inútiles la negociación y la diplomacia?
No sabría escribir sobre el conflicto de Siria. El tablero de ajedrez de los motivaciones bélicas siempre me resultó complejo o demasiado evidente; lleno de trampas, mentiras y una información con un hedor demasiado reconocible. En todo caso me quedo con lo escrito por Olga Rodríguez y con muchas preguntas. ¿Hay que defender los derechos humanos a bombazos limpio? ¿Hay que imponer la democracia militarmente?
El gran, moderno y demócrata Occidente pretende convencernos que vela por los intereses de los ciudadanos, de la paz y los derechos humanos pero tiene en el mercado un lucrativo negocio en la venta de armas.
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