Revista Literatura

Sobre Avenida de Mayo, Verónica Martinez, Lunes de 14 a 16 hs

Publicado el 10 septiembre 2012 por Adriagrelo


Es un departamentito. No se lo puede llamar departamento. El dormitorio, tiene un hermoso y antiguo balcón con baranda de hierro forjado en locos y complicados arabescos.Recuerdo el día que lo vinimos a ver. Era otro igual a los que ya habíamos visto. Pero cuando salí al balcón, sentí como si flotara sobre Avenida de Mayo. Dije: “quiero este”. Ariel, parado detrás de mí, dijo: “porque no vemos el otro que nos falta, me parece un poco chico”. Nos quedamos.
Es de mañana, estoy tirada en el colchón, rodeada de sabanas enredadas con acolchados y almohadas. Ariel mete cosas en un bolso negro de cuero. Digo mete, porque lo hace con violencia, como si no le importara arrugar la ropa o romper sus amados CDs. “Esta locura se termina acá, no aguanto mas”. Su voz está cargada con la misma violencia con la que arma el bolso. Corre el cierre y se traba con cosas que sobresalen por todos lados, se enfurece. Me mira. Sus ojos encendidos. Revisa los bolsillos del jeans y saca las llaves. Las tira a mi lado. Sale cerrando la puerta de un golpe. Me quedo ahí, acostada, mirando el pedacito de cielo que enmarca la ventana de mi balcón, es celeste claro con nubes paseadas por el viento.
A los tres días de instalados, me desperté de madrugada. Una voz me llamaba, sin saber mi nombre. Salí al balcón y me envolvió una sensación de paz. Cerré los ojos y todo se volvió ligero. Desapareció el miedo que dominó mi vida, desde que tengo memoria. Lo próximo que recuerdo es a Ariel sacudiéndome para que entrara: “Que haces ahí desnuda, hace cuatro grados, estas helada”. Ocurrió otras veces y el me rescataba, convencido de estar salvándome. Yo me dejaba rescatar, mansamente, para darle gusto.Anoche se despertó y me encontró caminando por la baranda del balcón, como si fuera una equilibrista. No volvimos a dormir. Finalmente se dio por vencido. No me rescata más. Armó ese bolso y salio de mi vida. Tal vez de mi nueva vida. Tal vez nunca tuve una vida.
El teléfono suena. El contestador automático se encarga de informar que dejen mensaje.Me mudé al balcón con dos almohadas y una colcha. Puedo pararme en la baranda y dejar que el viento me eleve suavemente. Mis ojos siempre permanecen cerrados. Imagino el entorno con la certeza de los sueños. Anoche, en un ataque de valentía o locura suprema, abrí los ojos y pude ver. Comprender de una forma tan absoluta, que no es posible ser tan libre, fue matar las alas de mis pies.Mientras caía, envidié con todas mis fuerzas, al próximo inquilino del balcón sobre Avenida de Mayo.

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