Esta última manifestación nos conduce directamente al pró¬ximo aprendizaje que deseo compartir con ustedes. Me siento terriblemente frustrado y me encierro en mí mismo, cuando in¬tento expresar algo que es profundamente mío, que forma parte de mi mundo íntimo y privado, y mi interlocutor no me com¬prende. Cuando tiento la suerte arriesgándome a compartir algo muy personal con otro individuo y el mensaje no se recibe ni se comprende, la experiencia es sumamente deprimente y melancó¬lica. He llegado a creer que dichas experiencias convierten a ciertos individuos en psicóticos. Les inducen a abandonar toda esperanza de que alguien les comprenda. Cuando llegan a este punto, su propio mundo interno, cada vez más grotesco, se con¬vierte en el único lugar donde pueden vivir. Ya no pueden parti¬cipar en experiencias humanas compartidas. Simpatizo con ellos porque sé que cuando intento compartir algún aspecto emocional de mí mismo —que es privado, preciado y tentativo— y la comunicación es recibida con evaluaciones, palabras tranquilizadoras y distorsión de su significado, siento un fuerte deseo de exclamar:«¡Es inútil!».Entonces, uno sabe lo que es estar solo.
Con lo que les he dicho hasta estos momentos, habrán comprendido perfectamente que para mí es terriblemente importante que en una relación se escuche de una forma creativa, activa, sensible, precisa, con observación de las proyecciones de la personalidad y sin juzgar interlocutor. Considero importante ofrecerlo y, especialmente en ciertas ocasiones de mi vida, ha sido de vital importancia recibirlo. Siento que he crecido dentro de mí mismo cuando lo he ofrecido y estoy seguro de haber crecido, haberme liberado, cuando he sido escuchado de ese modo.
Fuente: Texto escrito por Carl Rogers