La persona que la posee de nada se vanagloria, ni siquiera de la propia humildad porque si dijera “¡qué humilde soy!” estaría paradójicamente negando lo que afirma. Benito Peral.
El exceso de humildad es vanidad, y la vanidad se alimenta de nuestro dolor. Alejandro Jodorowsky.
El exceso de humildad es soberbia. Cristiano Ronaldo.
Creo que a partir de ahora voy a desterrar la siguiente frase de mi vocabulario: “en mi humilde opinión”, que es con la que pensaba abrir esta reflexión sobre la humildad y sus excesos. Siendo absolutamente sinceros, nadie que expresa su punto de vista piensa en ser humilde al hacerlo: de algún modo se cree portador de la razón, y por ello la expone -a veces de modo furibundo- a los demás. Ahí la referida virtud ni está ni se la espera…
Todo los extremos son perversos per se; los antónimos de la humildad, esto es, la soberbia, la vanidad, la rebeldía, también son malos de forma exagerada. El primero incluso a medio gas ya resulta insoportable, pero el exceso de virtudes contrarias, es decir, de humildad, modestia, recato, timidez, sumisión… tampoco son nada aconsejables en el ser humano cuando se convierten en sobresalientes. Mucho menos en un mundo competitivo y expositivo como el actual. Exceptuando a quienes aspiran a la santidad (en cuyo caso la flagelación y depreciación propias son convenientes), el ser bueno también significa ser justo y digno, y negar o negarse no tiene nada de equidad ni dignidad, y por tanto de bondad.
Por mi parte no confío de forma absoluta en las personas excesivamente humildes, apocadas, sin opinión propia, invisibles en reunión, quejosas de sí mismas y de los demás; las que desdeñan lo suyo y puntúan lo ajeno, gracias a una rara mezcla de estupidez y exceso de confianza, las que esconden su origen, símbolos representativos y procedencia por la misma razón, prefiriendo siempre lo foráneo solo por el hecho de serlo, las que evitan mostrarse a los demás como son en realidad (con lo malo y también lo bueno), porque lo consideran presunción y temen el enfrentamiento que alguna envidia pudiera ocasionar, así como los que callan todas sus opiniones por conveniencia social…
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Para mí humildad y dignidad deben ir de la mano. Que ni el soberbio es digno de ser contemplado, ni el autohumillado de tenerse en cuenta…