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Sobre lo confuso y visceral que resulta el criterio artístico
Publicado el 07 diciembre 2011 por Txusks @TxusksHoy salí de casa ilusionada con una idea muy concreta: ir a la exposición de Jean-François Rauzier en el Museo Diocesano de Barcelona para hacer mi crítica para el num.-4 de absur2eal. Libreta en mano, aprovecho el descuento de estudiantes para pagar la mitad, que estamos en tiempos difíciles, y me adentro en el céntrico pero vacío museo - cabe decir aquí que el edificio es bastante impresionante, con sus fundamentos anclados en la antigua muralla romana de Barcelona, arcos románicos y demás deleites arquitectónicos a lo clásico -. Hasta aquí la ilusión se mantiene intacta, hacía dias que no iba a una exposición, nunca había entrado en el Diocesano, todo eran expectativas.
La primera "cosa" con que chocan mis conjuntivíticos ojos es el impresionante trabajo de Rauzier sobre la Pedrera, nosecuantas imágenes de alta resolución en un montaje digital que, no sé exactamente porqué, sustituye el suelo del edificio por una laguna selvática poblada de nenúfares, flamencos, gorilas y hasta un caballo bajando por las escaleras. La verdad es que en vivo y en directo me resulta excesivo, a pesar de lo seductor de la reproducción usada para la promoción de la exposición, folletos, carteles y demás. Colgada al lado de tan alabada hiperfoto, hay una lupa a modo de "analice con sus propios ojos la calidad del producto artístico como si de un experto se tratara". Decido aprovecharla y examinar a fondo los inevitables fallos de perspectiva que, a tan gran escala, no pasan inadvertidos.
Me digo "no seas criticona" y paso a la siguiente foto. De hecho, tanto color y degradado nunca ha sido mi fuerte, quizá sea esta la razón de mi incomprensible pero visceral rechazo a las fotos de Rauzier. Pero el resto de la serie "voyages extraordinaires: Barcelona", el Hospital de Sant Pau, el Palau de la Música, la Catedral del Mar, me provocan todos exactamente lo mismo: una atracción fatal desde lejos, y un afán para encontrar fallos de cerca. Demasiado color, demasiadas perspectivas entrecruzadas, demasiados pajaritos añadidos que hablan un lenguaje de color y textura demasiado diferente a la fotografía original... Demasiado. ¿Por qué no se habrá limitado a fotografiar arquitectura, con montajes digitales si tu quieres? Me pregunto frunciendo sin querer el ceño enmedio de los admirados espectadores. Y a todo esto no paro de repetirme que, según palabras del propio Rauzier, se trata de un "artista barroco" y, la verdad, yo no veo nada barroco en él, si acaso algo de surrealista onírico caducado...
En un rinconcido, escondidas entre tanta magnificiencia, encuentro dos perlas de la serie "Babel" que pasan inadvertidas prácticamente a todo el mundo. Al tratarse de visiones frontales de edificios, no hay molestos fallos de perspectiva ni animalitos descontextualizados. Son fantásticas transformaciones de edificios de poca monta en impressionantes rascacielos, con balcones llenos de ropa tendida, persianas bajadas y subidas, vida REAL. Me gusta y esto me anima a subir a la segunda planta. Ep! Que aquí hay algo reconocible... Multiplicando sus alter egos fotográficos - siempre con gavardina y sombrero de mafioso, a lo hombres grises en el mundo de Momo de Michael Ende - transmite a la perfección la idea de anonimidad y agovio de la ciudad, el tráfico, los rascacielos, las ruinas, los cementerios, la pequeñez humana. "Venga, dale un voto de confianza, una mala serie la tiene cualquiera".
Para resetear definitivamente mi mente de tanto paraíso perdido (y mal recuperado), entro en la sala adyacente, donde la colección del Museo Diocesano esconde una serie de retablos románicos perfectamente conservados. Este inesperado viaje al pasado enturbia aún más mi mente y cuando, en la tercera planta, me encuentro con más hiperfotos - esta vez son gigantescas bellas durmientes con postura tambien hiperforzada - llenas de color y dudoso contenido metafórico (todo está a la vista!), me desvanezco de nuevo.
Me rindo, este señor y yo no nos entendemos. Entro cabizbaja en la sala dedicada al tempo que Gaudí hizo para la colonia Güell, llena de bocetos, maquetas y fotografías antiguas y oh! sin esperarlo, de repente entiendo como funciona la arquitectura de Gaudí, estaba pensada al rebés!
Too much for my little body. Me voy del museo medio mareada, dispuesta a sentarme en una terracida y asimilar toda esta información con una copa de vino blanco en la mano. Pero antes decido darle la última oportunidad al ya condenado Rauzier y entro en la galería Villa del Arte, promotora de tan colorista evento. Y me enamoro, así lo digo, me enamoro tanto que una lágrima perezosa empieza a resvalar descontroladamente por mi mejilla (supongo que la conjuntivitis y los cambios lumínicos influyen). En una pared al lado del mostrador de la pequeña galería descubro las fotos sobre resina de Marc Harrold, unos fantássticos montajes digitales, completamente manipulados, bañados de una luz vital en los que las personas son ténues manchas de color y la realidad no existe. Me olvido inmediatamente de lo que me había empujado a salir de casa y solo pienso en comprar una de esas maravillas. Comprar? Yo? Nunca había deseado tanto poseer algo... Me asusto y me voy a casa a escribir esto.
Resulta confuso, verdad? Pues así es el arte señores.
[Imagen: Marc Harrold, Plage 30, 2008. Publicado en absur2eal num.-4]
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