El tema es que Ciudad de México es alucinante; llegamos, estuvimos, y volvimos y todo super bien. No nos secuestraron ni nada, que la gente no hacía más que decirnos antes de ir que tuviéramos cuidado y que tuviéramos cuidado. Estuvo guay todo el rato, salvo cuando mi Jorge se quería subir en el metro al vagón de las señoras y de los niños, y el maquinista le echó la bronca. Se sintió un poco mal por aquello de la discriminación, aunque luego se le pasó; a pesar de que no es una chica entendió muy bien por qué en algunos sitios del mundo son necesarias estas cosas.
Luego volvimos a América y ya no hay vagones separados porque es el primer mundo y aquí no son de tocar mucho.
Porque América será el primer mundo, pero después de un fin de semana en México y de comerte unos tacos en la calle sentada en un taburete, todo te parece muy caro. Y España también será el primer mundo, pero yo no puedo rogar el voto por Internet porque en mi certificado digital pone que me llamo Ana Isabel, y yo me llamo Ana a secas. Seguro que en México pueden ir y votar y ya, y no tienen certificados digitales que ya has usado que tienen mal tu nombre.
Y como tengo que rogar el voto, porque debe ser que con ir al consulado y que tengan allí las papeletas no vale, pues tengo que mandar un papel por carta a Madrid para que desde Madrid me manden las papeletas aquí. Esto sí que es todo muy loco, y no lo del soplete.
Me dejan mandarlo por fax, eso sí, no vaya a ser que alguien piense que todo este proceso está diseñado para que los de fuera no votemos. He dicho.
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