Anoche me quedé mirando hasta tarde una serial documental sobre el derrumbe económico de Wall Street en el 2008. Fué el capítulo cuatro o cinco, no sé. Muy interesante. Pero más allá de los detalles, causas y pormenores del asunto me quedaron claras algunas cosas. Algunas ya las sabía, otras las aprendí.
Primero, el miedo es el mejor ‘incentivo': días después del derrumbe, Obama llamó a una reunión de todos los líderes de los grandes bancos estadounidenses con él y su equipo económico. El temor de una amplia intervención e investigación estatal en el accionar de los bancos era obvio y lógico.
Pero Obama optó por un tono conciliador y aseguró que el gobierno estaba ‘para ayudar’ a todos a salir de la crisis. Inmediatamente se pasó el miedo. A la segunda reunión no fué ninguno de los líderes de los bancos. Enviaron subordinados.
Los bancos se embolsaron cientos de billones del pueblo estadounidense, arreglaron sus finanzas y a las pocas semanas ya repartían 20 billones en bonos y premios a sus ejecutivos.
¿No hay castigo en el horizonte? – seguimos la fiesta.
Segundo, no se puede confiar en la buena voluntad: debe existir reglas, leyes y estatutos claros de qué es correcto hacer y de qué es incorrecto en todo ámbito público humano.
Durante veinte años los políticos fueron quitando regulaciones al sistema bancario, confiando en que ‘el mercado’ se autoregularía de manera natural. Olvidaron que el mercado es una invención humana, realizada por humanos: en cuanto no hubo leyes ni castigos el mercado degeneró totalmente y se corrompió hasta las raíces.
Y tercero y final, la realeza jamás es castigada como pueblo: esto ya lo describe muy bien E.L. Doctorow en ‘El libro de Daniel’. Jamás, ninguna cultura, civilización o grupo humano ha castigado de la misma manera a quienes detentan poder y a quienes son personas comunes y corrientes.
En Francia el rey podía ser decapitado durante la revolución, pero lo era en ropajes reales y jamás humillado... a hoy, ninguno de los culpables del desastre bancario mundial está preso. Muchos de ellos continúan en sus puestos. Y ya, olvidados los temores, los ejecutivos se han repartido unos 80 billones de la segunda ‘fianza’ que el gobierno americano les ha entregado.
Los tiempos y las culturas cambian, pero el ser humano parece ser muy constante en sus atavismos genéticos.