"Solar" de Ian McEwan (Reseña literaria)

Publicado el 04 marzo 2013 por 1001lectores @1001Lectores

Abrimos el debate sobre "Solar", que ha sido nuestra lectura del club de Febrero, y como base publicamos la crítica y el punto de vista de nuestro amigo y socio del club, Amando Carabias.

No se olviden de puntuar el libro a la izquierda.


Título: Solar:Autor: Ian McEwanISBN: 978-84-339-7555-3Editorial: AnagramaPVP sin IVA: 18.75 €Páginas: 360Traducción: Jaime Zulaika 

Un Cadáver colapsado:
En muchas ocasiones, como aficionado a esto de las letras, me planteo si nuestra tarea como escritores (o escribidores) ha de ocuparse de los problemas que acucian a nuestra época.
Es un viejo debate que a lo largo de la historia se ha repetido con suficientes argumentos en un sentido u otro. Soy de los que opina que es deber de todo artista trasladar de algún modo aquello que ocupa y preocupa a sus contemporáneos, pues de lo contrario su arte podría ser muy hermoso, pero nada más.
Esto no quiere decir que aquello que realice lo haga de cualquier manera, convirtiendo en panfleto una manifestación que también ha de ser arte, es decir, algo que trascienda la propia realidad y pueda llegar a distintos seres humanos en diferentes épocas.
Solar, a mi modo de ver, es un ejemplo de compromiso (a través de la ironía corrosiva y el retrato sarcástico, casi doloroso) con el gran problema que está en los cimientos del destino de la humanidad al completo. En España, quizá cegados por los problemas domésticos que nos están llevando a situaciones

realmente acuciantes, parece que se ha aparcado en parte este problema, pero hacemos mal. Rematadamente mal. El planeta entero, también España, está en grave peligro de llegar al colapso, gracias al proceso de calentamiento global al que le está sometiendo esta civilización adicta al consumo de combustible fósil.
Y si no sucede esto, barrunto otro problema de no más fácil solución: el final de las reservas de petróleo y gas natural, amenazan con dejar sin fuente de energías a nuestras sociedades. Sólo quienes posean una de ellas podrá seguir avanzando. Está claro que la pelea entre energía renovable y la nuclear está siendo ganada por los afines a esta última. La población, entre tanto, vive ajena a todo este proceso.
Ian McEwan no se limita a escribir un panfleto sobre las bondades de la energía renovable y limpia (en este caso la solar), sino que va más allá y pone el dedo en la llaga, me parece: si estas energías, sobre todo la solar, no se desarrollan más y más deprisa, sólo hay una cosa que lo explica: los verdaderos dueños del Planeta (o sea los grandes inversores) no están seguros de la rentabilidad de la operación. Dicho de otro modo, la batalla por la salud del Planeta es, también y básicamente, una batalla de carácter económico-financiero, y las grandes compañías eléctricas no están dispuestas a invertir muchos euros o dólares más en nuevas aventuras de infraestructuras, cuando saben que la energía nuclear puede solucionarles la papeleta de un modo más o menos seguro y, sobre todo, inmediato.
Uno, que figura en el grupo de los contrarios a la energía nuclear, por los riesgos y los inconvenientes que tiene —por ejemplo el almacenamiento de los residuos nucleares—, salvo por egoísmo del gran capital, no entiende las reticencias y los frenos que los grandes inversores están poniendo a los avances prácticos de la energía solar. Las últimas medidas en España, sin ir más lejos, adoptadas por el Ministerio del Sr. Soria, son prueba de lo que digo.
A mi modo de ver, y en este sentido, la escena clave de la novela es la que se desarrolla en el hotel, donde Michael Beard pretende ‘vender’ la energía limpia, frente a otras; y la conclusión es que el capital es egoísta y no se termina de creer que vayan a suceder las catástrofes que los científicos anuncian. Más aún, dan mucha más credibilidad y difusión a la noticia de que uno solo de los científicos haya puesto en duda las previsiones de la mayoría.
En apariencia la novela se mueve en dos planos que discurren ajenos el uno al otro, salvo por el personaje que protagoniza ambos, el premio Nóbel de Física Michael Beard. Por un lado está su detestable vida privada marcada por el egoísmo casi absoluto en lo moral, y por unas costumbres que le llevan a la ruina de su organismo. Por otra parte está su tarea profesional en cuya base también anida esa profunda inmoralidad —pretende gloria y riquezas mostrando como propias, las ideas y propuestas de otro, que ya ha muerto—, pero que de cara a la sociedad es una lucha que aspira a la salvación del Planeta.
Sin embargo, me parece, que el escritor Ian McEwan lo que realmente hace, mientras describe la vida privada del físico, es elaborar una corrosiva analogía entre el mundo y su protagonista. Creo que el escritor británico, cuando narra las peripecias más o menos grotescas de Beard, está proponiendo al lector un retrato del mundo. Un mundo que tiende hacia la autodestrucción, que lo sabe, pero que no lo quiere asumir, porque en el fondo, sólo quiere pensar en su bienestar inmediato, y no en el bienestar de las futuras generaciones. ¿Cómo interpretar si no su dejadez ante la aparición de ese cáncer de piel y las advertencias del médico? Él prefiere continuar su carrera que supone le hará multimillonario. ¿Para qué, me pregunto, tantos millones si tiene anunciado un cáncer con probable metástasis, salvo que se ponga en tratamiento de inmediato? ¿No es esto mismo lo que está diciendo la mayoría de científicos respecto del estado de salud del Planeta, y sus dirigentes están posponiendo su cura por la única razón de amasar más dinero y poder?
Quizá suceda, como le sucede a Beard, que cuando comprenda el amor incondicional que su hija Catriona le tiene sea tarde, muy tarde, y cuando quiera abrazarla para tomarla en brazos, en realidad sea el instante previo a un infarto de corazón irreversible.
Parte de la crítica ha señalado que el final de la novela no aclara nada, que el lector queda en suspenso ante un desenlace en que no se explica si funcionan o no los prototipos fabricados; pero me parece que es ésa, precisamente, la idea de McEwan.
En cuanto que obra literaria, Solar no me ha apasionado, ni mucho menos. Aunque probablemente sea necesaria en orden a la verosimilitud de la trama la información científica que se suministra a lo largo de la obra, parece excesiva para un lector medio, que acaba perdido en la maraña de datos y provoca, en cierto sentido, la pérdida en el ritmo de la trama.
Pocas veces el personaje principal de una obra, el ‘héroe’ si seguimos la terminología clásica, es tan repulsivo como este personaje. Tampoco es algo excepcional, pero al lector está acostumbrado a empatizar con quien protagoniza una historia, y en el caso de este Nóbel de Física es prácticamente imposible.
Y sin embargo, quizá sea ésta una de las mejores cualidades de la novela, porque el autor no concede nada al lector, le obliga a sumergirse en la podredumbre de un alma poco estimable, pues, en el fondo, acaso persiga que despertemos de este letargo en el que vivimos, y nos demos cuenta que la verdadera enfermedad del mundo no es tanto el calentamiento global que nos lleva a la desaparición del planeta tal y como le conocemos, sino la inmoralidad profunda del ser humano que, alimentada por el egoísmo radical y por la envidia más insana, nos lleva a ese cáncer con metástasis generalizada o a ese infarto o a ese derrame cerebral irreversible o ese colapso general en que esta bola de sílice que gira alrededor del sol, continuará su viaje, pero sólo ocupada por cadáveres y anhídrido carbónico.
Y por no acabar con una nota tan negativa, ojalá que fuera verdad la idea de conseguir energía barata, renovable y limpia a través de un proceso similar al de la fotosíntesis. Quizá la cantidad de Catrionas que aman sin reservas a sus padres —sean estos como sean— lleguen a abrazarlo antes de que sean un cadáver colapsado.
Crítica: © Amando Carabias María.