Ayer pusieron por la tele «Salvad al soldado Ryan». Hay una escena que me sobrecoge, cuando a la señora Ryan le llevan la noticia del fallecimiento de sus hijos. Ella está en la cocina de la granja, en una ventana hay una especie de repostero con cuatro estrellas, una por cada vástago que tienen en el frente. Un coche avanza entre polvo por el camino de tierra, ella friega los cacharros, al instante se estremece y va a la puerta principal a recibir la presentida terrible noticia, Del coche bajan un militar y un clérigo y ella se echa en el suelo entre gemidos contenidos. La secuencia me parece un dibujo de Rockwell.
Las ilustraciones de Norman Rockwell siempre me han resultado confortables: mi mente pequeñoburguesa necesita un hogar en el que mantener apoyados los palos del sombrajo o un sillón en el que sentar la conciencia y los esquemas. Lo peor, para mi, de ser un soldado en guerra como en la película de anoche, es no tener nada tuyo en donde poder refugiarte. Dibujos acogedores y sobre todo, protectores, en los que nada puede pasar y siempre se presiente un final feliz donde resarcirnos.
Como las películas de Capra en las que bien prevalece a pesar de las artimañas del mal en cualquiera de sus formas. Cintas en las que la honradez es recompensada y la integridad siempre triunfa, permitiendo incluso que el ser mas abyecto se redima. Historias que aun vistas mil veces, me siguen haciendo llorar y, por consiguiente, demostrando mi ñoñez enfermiza.
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