Me encanta la soledad buscada, la que tú provocas porque necesitas evadirte, relajarte, sentirte, buscarte y a veces encontrarte. La soledad que se crea sola. La que crean las circunstancias por la ausencia de gente, esa me da miedo. Ha habido periodos en que la he sentido y la verdad de ella solo me gusta pronunciarla para referirme a un nombre de mujer: Soledad. Siempre he dado con mujeres llamadas así, pero que contradictoriamente a su nombre, son personas llenas de vida, enérgicas y para nada seres solitarios.
Muchas veces, cuando vamos en metro o andando por una calle muy concurrida, es curioso darse cuenta lo solos que nos podemos llegar a sentir; estar rodeados de gente, es más, rozándonos con ellos, para luego, en nuestro interior, sentirnos los seres más solos y vacíos de todo el planeta.
La escritura es un medio de escape, otra forma de soledad buscada. Me evado en las letras que creo, me meto de lleno en el significado que va formando cada frase y viajo lejos de mi humilde habitación en la que me encuentro. Parece la cosa más sosa, la forma menos amena de pasar las horas, pero el hecho es que no lo cambiaría ni por el entretenimiento más moderno del mercado, ni la cosa más cara y divertida que pueda imaginar para el futuro. Siento que mi portátil, mi “folio” virtual, respira lo que yo le transmito.
Cuando pongo el punto y final(cuando la inspiración o el desahogo acaban) me siento desinflada, vacía de cargas y preparada para volver a llenarme con los tropezones que nos trae la vida con la satisfacción que me crea el saber que cuando vuelva a sentirme “llena” mi “folio” virtual seguirá en el mismo sitio que lo dejé, para ayudarme a descargar mi frustración cotidiana.