Revista Diario

Soledad y otros poemas. Primer poemario de Manuel Díaz Martínez.

Publicado el 12 septiembre 2025 por Elcopoylarueca

SOLEDAD Y OTROS POEMAS

«Agua de soledad es la que llueve».
Manuel Díaz Martínez

Soledad y otros poemas. Primer poemario de Manuel Díaz Martínez.

«Por nuestros brazos baja Dios al mundo…».

En la caída de una tarde habanera de 1957, mi padre paseaba con el suyo por las callejuelas de Luyanó; por aquel entonces, Manuel Díaz Martínez tenía veintiún años y el convencimiento de que aquella caminata era una más en la larga lista de atardeceres compartidos con su progenitor. Pero se equivocó, pues el paseo convirtió en realidad lo que, hasta entonces, había sido un insistente deseo.

La salida tenía un claro destino: el edificio donde Impresos Arteaga publicaba. Allí, en la acera, frente al letrero del anuncio de la imprenta, fue que mi abuelo informó a su hijo que pagaría los gastos de la edición de su primer poemario. 

Así es como Soledad y otros poemas inicia el recorrido de una obra que se alimenta, desde sus comienzos, de las impresiones del hombre que nunca encontró respuestas convincentes a los asuntos existenciales que bullían en su mente. Y así es que descubrimos a un poeta que hizo de su escritura, en el país de las censuras, su espacio de libertad individual.

Amigos, Soledad y otros poemas tuvo una edición de doscientos ejemplares y es muy difícil de hallar; por eso es que pongo el poemario en tus manos. Bueno, por eso y porque tengo la intención de mantener vivo el legado de mi padre, hombre generoso que nunca negó información a quien se la pedía. Amigos, quiero que descubras la espiritualidad que ya late en estos cantos primeros. Quiero que escuches esta voz, bella y honda, que es espejo de las percepciones de un poeta que no consintió a su imaginario desertar de la realidad —«y el tiempo que transito es el inmenso / y rojo vaso en que mi sed apuro».

Soledad y otros poemas. Primer poemario de Manuel Díaz Martínez.

Viñeta de Manuel Díaz Martínez.

Manuel Díaz Martínez inicia Soledad y otros poemas con una reflexión que dice:

«En todo hay poesía —es cierto—, razón por la cual el poeta está en el perfecto derecho de cantarlo todo. Pero no sólo hay derechos. El poeta, como intelectual, tiene también el deber de hacer la luz que pueda en torno de la vida que lo rodea.

»Si la poesía no fuera más, profundamente más, de lo que muchos piensan que es, sería un atentado de lesa humanidad el escribir versos y un cinismo brutal el publicarlos. ′Hay que soñar, sí, pero hay que soñar la vida que palpita en torno nuestro′, como dijera Unamuno».

Soledad y otros poemas nos dice mucho de la personalidad de quien lo imaginó. Nos da las claves fundamentales de por qué la meticulosidad estilística, que se aprecia en la medida en la que su obra madura, no es tumba del alma, sino colchón donde descansa y se eterniza el sentir de Manuel Díaz Martínez. 

Soledad y otros poemas. Primer poemario de Manuel Díaz Martínez.

SOLEDAD Y OTROS POEMAS

Soledad y otros poemas. Primer poemario de Manuel Díaz Martínez.

Dibujo de Manuel Díaz Martínez.

SOLEDAD

I

¡Soledad, a mí!

II

Cuando salgo
al paso del destino, llevo siempre
mi soledad al cinto.

III

Soledad,
amiga de los álamos y mía,
flor que la vida prende
en los tiernos ojales de la tarde
a perfumar el aire
y darle patria a la melancolía.

IV

Soledad azul del mar,
soledad verde del campo.
Bajo el cielo de la tarde,
la soledad del verano.

V

Agua: miel de soledad.
La soledad vive
en las fuentes,
en la lluvia
y en el mar.
Cuando llueve,
la soledad canta;
y cuando el mar sobre el mar cabalga,
está la soledad desesperada.

VI

Tu amor vino hasta mi frente
y puso entre mis ojos
la oración de un beso.
Fue entonces el momento
de nuestra soledad.

VII

Ya sé que el mar
tiene horizonte;
ya sé que el cielo
también lo tiene.
Pero la soledad
¿dónde nace,
dónde muere?

VIII

Yunque mi corazón,
la soledad forja
un segundo
de vida sorda,
un segundo que suena
inútilmente a Dios.

IX

Agua de soledad es la que llueve;
agua que en mi costado se aposenta,
donde mi cándida esperanza bebe
para seguir en soledad sedienta.

Agua marchita del dolor que pasa;
agua infinita del penar que queda…
Marchita va de casa en casa en casa:
sólo infinita en mi vivir se hospeda.

Agua que viene de mi propio cielo
—cielo de soledad de amor cargado—
para ser como un ancho y gris consuelo
donde torna mi sueño a lo soñado.

Agua amiga, doliente y cotidiana,
que desde la bondad viene y nos reza;
agua que deja siempre en mi ventana
su mística moneda de tristeza.

Serpea el cielo de agua por mis ojos
como un sueño divinamente breve.
Siento caer mi corazón de hinojos.
Agua de soledad es la que llueve.

X

Sombras por tu ausencia van,
gritos por mi cuerpo vienen:
tu alta soledad, que tiene
gritos de mi soledad.

XI

Uno tras otro,
por el silencio
los mundos pasan.
En la soledad,
los mundos se detienen
y se agrandan.

XII

Cuando la soledad
se puebla
de sangre, de estrellas, de pájaros,
de besos,
hunde su garra en el papel del verso.

XIII

En mi soledad voy ardiendo.
Mi pena es ansia,
como el mar;
y, como el amor,
colmena.
Existo por mi soledad
y por mi pena.

XIV

Aparte, como un libro que se olvida,
cercado por el fuego de mí mismo,
ni amor ni cumbre ni dolor ni abismo
demoran el gran paso de mi vida.

Como el silencio del silencio mismo
—sola sonata por el sueño herida—
canto en mí mi regreso y mi partida
en la voz de mi propio misticismo.

El mundo nace y muere en mi estatura:
en mi oculto vivir quema su dura
silueta de metal oscuro.

El cielo que me alumbra es el que pienso,
y el tiempo que transito es el inmenso
y rojo vaso en que mi sed apuro.

XV

Junto a la ventana
y a la noche,
con mi soledad converso.

El reloj golpea
la voluntad del tiempo.

Negra llama del olvido,
qué bien me quemas
el corazón.

El peso del tiempo
sepulta al reloj.

XVI

Qué activo taller,
en mi pecho,
la soledad ha fundado:
el mundo es martillo;
fuego, el amor;
el dolor, tenaza;
el yunque soy yo.
Soledad, herrera
con el brazo de Dios.

XVII
A.V.I.L.

Amigo mío,
mi soledad te abraza
como a un grito.
Junto a ti combato
—por tu rosa, por mi lirio—
porque eres, como mi soledad,
matinalmente preciso. Sé que traes
grandes y justos brazos contigo.
Mi soledad me ordena:
mi soledad te abraza,
amigo mío.

XVIII

Un Gólgota de amor, pero sombrío,
un Gólgota distinto y desolado, asciendo, malherido en el constado,
muy malherido a soledad y frío.

Pesada cruz de olvido llevo al hombro;
y a la boca, el sabor agrio del viento.
Por el viento va el eco descontento
del silencio de amor con que te nombro.

Sufro el valor inútil de mi herida
mientras voy, con la herida de mi vida,
solo a donde he de ser crucificado.
¡Qué daría!…

¿Quizás si tú quisieras?
Me gustaría mucho que me vieras
en esta cruz de soledad clavado.

XIX
TRISILABO

Cae el día,
como un naipe,
al occidente.
Cruza un vuelo
de palomas
por la soledad de mi frente. 

*

Aire tibio.
Oficia la noche
misa de rosales rojos
y de lirios
La oración pasea
por la soledad de mis ojos. 

*

Alta sombra y baja luna.
En silencio,
tus deseos, marinos
de impacientes astrolabios,
miden mi universo
dando tumbos
por la soledad de mis labios.

XX
SÍLABA FINAL

Estabas,
entre la soledad
y el cielo,
como una canción sorprendida. 

* * *

Soledad y otros poemas. Primer poemario de Manuel Díaz Martínez.

Dibujo de Manuel Díaz Martínez.

OTROS POEMAS

SONETO

Oigamos cómo canta la voz de la mañana
aunque nuestra tristeza no quiera oír cantar.
Resulta siempre buena la alegría temprana,
la caridad del canto que nos sabe alegrar.

Dejemos que la noche de nuestros corazones
se vaya con la noche volante de la luna:
no caben en el día las brunas oraciones
del corazón enfermo de una esperanza bruna.

El día es para el mar, el hombro y la alegría.
De espaldas a la noche va despertando el día
para la flor sonora que se abre en la campana.

El día canta siempre, siempre su amor nos reza.
Quememos en el día toda nuestra tristeza
y oigamos cómo canta la voz de la mañana.

*

TE DEJARÉ YA

Te dejaré ya, lánguida y dorada
casa mía —brillante como el día;
como la noche, dulce y reposada—,
casa de afanes y melancolía;

de mis sueños y penas y de todos
mis recuerdos, muy íntimo retablo;
blancas paredes llenas de mis modos
y de esta misma voz en que hoy te hablo.

Quedarán mis memorias en tus muros
y se irán en tus muros madurando
aquellos ojos tímidos y puros
de aquel amor que se me fue cantando.

Dulce ventana en que mi madre mira,
puerta de luz donde mi abuela espera,
y el patio, que parece que se estira
bajo la sombra de la enredadera.

No volverá a mí esa alegría tuya
que, cuando llega la hora vespertina,
es una semimística Aleluya
que se crea al calor de tu cocina.

Acaso si la verja de la entrada,
melancólica y casi novia mía,
se me despida descorazonada
con el adiós de su misantropía.

No volverán mis pasos a tus losas,
no volverán mis manos a tus puertas:
me voy como se van todas las cosas.
Te quedarás como las cosas muertas.

SONETO

Aquí, en lo más absurdo, más sombrío,
más aislado, más seco, más profundo,
más olvidado del temblor del mundo
y más odiado del anhelo mío;

donde el alma es un látigo de frío
y es la palabra un estertor inmundo;
donde es la angustia un hábito fecundo
en dar más sombra al desconsuelo mío.

Aquí, donde me encuentro siempre a solas
con el pasado y sus aullantes olas
y las sordas resacas de los días,

beso el rostro acerado del silencio
y bajo hacia mí mismo y me sentencio
a callarme mis propias agonías.

ORACIÓN A LA DÉCIMA CUBANA

Décima nuestra, que olor
das al sol de nuestro día,
venga a nos la tu alegría,
venga a nos el tu dolor.
Hágase en todo tu amor;
que sea tu manantial
la esperanza universal;
libra del oro a la palma;
y los asuntos del alma
líbranos de todo mal.

Dios te salve, alondra y día
del corazón campesino;
es en ti el poder divino
de la tierra labrantía.
Es bendita la energía
sonora con que haces bien.
Cántanos hoy y también
cuando, por mal o por suerte,
venga a llevarnos la muerte:
siempre cántanos. Amén.

EN LA TARDE

Mi historia, que bien cabe en la pupila
vertiginosa y leve de un canario;
esta mi historia del andar diario
por donde mi presente se ventila,

que es un polen de sangre que amenaza
quién sabe con qué fruto consumado;
que es átomo que, en lumbre limitado,
por cada senda de la tierra pasa;

que es pequeña distancia amanecida,
sin noche en las espaldas, sin presencia
aún, a los archivos de la ausencia
ya empieza a dar apuntes de la vida.

Ya en mí la tarde tiene voz y nido:
hay como un poco de recuerdo en todo,
como si el sol tuviera un nuevo modo
de contemplar el tiempo que he vivido.

Y no sé si es mi vida que despierta
o si es la compañía de la tarde;
pero me siento ardiendo mientras arde
toda esta tarde hacia la vida abierta.

SONETO

Ya, mármoles del último silencio,
aquellas tristes flores infinitas
que prendí a su memoria están marchitas
ya, mármoles del último silencio.

La vida por pasar no pasa,
y pasa por sobre nuestra piel y nuestros ojos,
por sobre nuestro ayer y sus despojos,
mundos nuevos haciendo mientras pasa.

Flores del hondo sol que fue mi vida,
aquellas que alumbraron su partida
mientras yo me quedaba anochecido.

Ya el aura de la noche dio con ellas.
Ayer caminos fueron, hoy ni huellas
son siquiera de amor anochecido.

ELEGÍA

Ya tu voz, bajo tierra detenida,
olvidada del ángel de la vida
y vencida de sombra y sepultura,
es una oquedad oscura,
sucia, seca y ofendida. 

Ya tu mirada, mística y secreta,
se desgaja en la boca de la quieta
y negra gula orgánica del suelo:
ya no canta en su desvelo
tu mirada de poeta.

Ya están tus gestos pálidos y fríos,
esperando ser agua de los ríos,
o flores, frutos, hierbas de las huertas,
o arquitecturas inciertas
de llanos y lomeríos.

Ya tus venas no queman esperanzas,
dormidas como están en las bonanzas
del insomne refugio de las horas:
ya son oscuras pastoras
de las eternas tardanzas.

Ya la flor de tu ardiente fantasía
cerró el último pétalo en la umbría
y ya insonora caja de tu mente:
llama que al cielo subía,
hoy es ceniza yaciente.

Mas espero que un día tu osamenta,
hastiada de ser cosa desatenta,
de ser semilla inútil y proyecto,
de ser vía sin trayecto,
se arme de ilusión violenta;

y ese día, romántico otra vez,
tornarás fieramente a la niñez
fundamental y adulta del artista,
y tendrás de nuevo vista,
tacto, oído y avidez.

Entonces, ya de luz apoderado,
lanzarás tu impaciencia a lo ignorado
y, como un niño, lleno de confianza,
pondrás toda tu esperanza
en un mundo inesperado.

Harás un esencial descubrimiento
cuando saltes del cauce de tu aliento
al país infinito de las piedras:
cuando libes de las yedras
cuentos que destila el viento;

cuando entres de la tierra en las raíces;
cuando por hondas fuentes te deslices
hacia todos los rumbos de las rocas;
cuando brotes a las bocas
de los sembrados felices…

Traerás de ese viaje el puro esquema
del universo en su íntimo problema,
y a todo le pondrás un raro nombre…
Serás, en tu tumba de hombre,
la osamenta de un poema.

SONETO DEL CAMPESINO

Heredamos del surco la cosecha;
del cielo, la luz cálida heredamos;
y heredamos la voz en que cantamos
de una vieja costumbre insatisfecha.

Heredamos del ave la alta endecha
y, del generoso árbol que sembramos,
heredamos la sombra de los ramos
y la flor desde donde el fruto acecha.

Heredamos del sol la masculina
gracia para engendrar la santa harina,
el bien de la madera y de la flor.

Y heredamos el labio divertido,
el brazo firme y el amor ardido
de la cantable pena del sudor.

SONETO DEL OBRERO

Por nuestros brazos baja Dios al mundo
para crear un mundo en cada fragua,
y por ellos germina hasta el profundo,
virgen y helado corazón del agua.
Por nuestros brazos el metal se inunda
de hospitalaria voluntad y hombría;
y, a cada espasmo de sudor, fecunda
nuestro brazo la flor de cada día.
Por nuestros brazos es de amor la aurora,
menos el hombre al hombre se demora
y más aprisa el árbol se levanta.
Por nuestros brazos es labor el viento
y hay yunque en que forjar el pensamiento…
Por nuestros brazos baja Dios y canta.

SIGNO INTERNO

Quizás mi voluntad, quizás mi celo, quizás mi corazón de pan sangrante,
quizás el ser por donde voy y vengo
en un vuelo de sangre inexplicable…
Todo es quizás cuando de amor se trata,
cuando el amor de que se trata duele,
cuando el dolor de nuestro amor nos habla
menos de vida y mucho más de muerte.
Duele bajo la noche tu destino,
terroso hermano mío; dueles todo;
y tu dolor es como un ancho río
negro en que casi nos ahogamos todos.
Tienes la piel al bronce condenada:
con esa piel se animarán cañones,
con esa piel se inventarán estatuas
y decretos y lápidas de bronce.
En tu piel los discursos hacen nidos
para empollar negocios y banderas.
Eres —somos— el rico nuevo trigo
para nutrir el vientre de la guerra.
Dueles porque de bronce el hombre muere;
porque morir cuando la vida es ancha
y sobra el bronce si el amor contiende
es un destino en sombra mercenaria.
Dueles y duelo porque en duelo andamos
y a cada paso del dolor dolemos.
Sombras seremos siempre si los brazos
no se prenden con nuestro signo interno.

POEMA Y NADA MÁS

Versos para recitar en cuarteles y Embajadas.

I

Del huevo de la noche sale la voz del gallo.
Era de noche entonces para la voz del mundo:
el mundo andaba entonces a tientas y a caballo
bajo el apremio oscuro de un látigo iracundo.

Corceles tenebrosos recorrían la muerte,
florecían las hachas de sacros carniceros
y bajo la blindada ceguera del más fuerte
se ahorcaban de la noche los más altos luceros.

Ordenaba el jerarca de turno, diariamente,
crímenes hilarantes y frugales doncellas
para sacrificar su tedio permanente
y merecer la gracia del dios de las estrellas.

Y cuando a la impaciencia sangrienta de su mano
el acero homicida de su sable se erguía,
salía desde el vicio para hendir al hermano,
como creo que sigue saliendo todavía.

2

Las barbas de los años fueron creciendo en tanto
y la sangre, rodando definitivamente,
fue modelando el charco nutricio del espanto
que ha dotado al espanto de sangre permanente.

Ensayaron entonces las comedias del oro,
por la gracia del siglo, caretas asesinas.
El hambre fue vendible, se canceló el decoro
y germinaron Bancos y esbeltas guillotinas.

Llegaron los señores del arca y la tristeza
—patíbulos «de luxe» para los corazones—.
Con el puño cerrado forjaron la riqueza
con que abrieron las tumbas que hoy se llaman naciones.

Los cuervos, desde entonces, tienen más jerarquía
y se estrechan las garras en fuertes parabienes.
No dudan un momento para salir al día
las ratas de los turbios rincones de almacenes.

Ellos saben que cuentan con representaciones
en los cuervos y ratas que ensucian oficinas
en donde se cotizan tantas lamentaciones
a tanto el fogonazo de pistolas y minas.

3

Aquí el Míster, el Lord y el Monsieur en su coche.
Con eructos de sopa de fina diplomacia,
bajo la versallesca polaina de la noche,
al crimen acordaron llamarle democracia.

Y ya, más que contentos con su aspabilamiento,
sabiamente aplaudidos por esbirros y esclavos,
diseñan los discursos para cada momento
en que sea oportuno ponerse un poco bravos.

Cardenales y Obispos cortados a la moda
bendicen portaaviones y siguen como topos
la escritura sagrada de la ignorancia toda,
armados con sus fáciles, diligentes hisopos.

Mientras, por estas tierras modernas de Occidente,
parece que está siendo de un gran matiz moderno
ser vómito del crimen o ser indiferente
y hacer de los cuarteles las casas de gobierno.

Y todo ese amasijo de remotas presiones,
calcinado en el horno de un fuego envilecido,
ha levantado noches armadas de cañones
para lanzar al sol cañonazos de olvido.

Soledad y otros poemas. Primer poemario de Manuel Díaz Martínez.

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La entrada Soledad y otros poemas. Primer poemario de Manuel Díaz Martínez. se publicó primero en El Copo y la Rueca.


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