Hay veces, sincero lector, que las ideas van por libre. Uno trata de domeñarlas, tirando del ronzal e intentando reconducirlas por senderos preestablecidos e incluso posmodernos y profundos, pero se conoce que el pelo de mi dehesa tiene mucha fuerza. En fin, nos dejaremos llevar a ver dónde nos conduce esto.
Solo me arregló una vez. Fue cuando estuvimos viviendo unos días en casa de un tío mío —realmente, la casa era de la suegra, una señora inmensa que tenía una tienda de coloniales en la plaza del mercado y vestía siempre de negro por su viudedad—que nos hospedó al echarnos mi abuelo materno de su casa, tras el recurrido en este sitio, regreso familiar del levante con una mano adelante y otra detrás. Mi abuelo llevaba muy a rajatabla su filosofía de vida, basada en la interpretación de los refranes a pies juntillas. Y claro se aplicó el de «Los huéspedes y la pesca, a los tres días apestan».
Como decía, cuando estuvimos en aquella casa, mi tía nos mandó a mi primo y a un servidor a una barbería que había justo enfrente a que nos cortasen el pelo. Fue la única vez que me arreglo aquel peluquero; le decían Machote. Iba siempre montado en una bicicleta de esas con cuadro de señorita, de las que llevaban en el guardabarros trasero una red hecha con hilos de colores. Llevaba una gorra de paño, unas gafas negras y una bolsa de deporte que decía «München 1972» colgada del manillar. En invierno se ponía una trinchera de tela de gabardina y pelo por dentro. Iba pedaleando a camelladas.
Nos dijo mi tía que fuésemos a que nos cortase Tomás el pelo y que le dijésemos que luego iría ella a pagar. Era una habitación con dos sillones con el pie blanco y los respaldos con un trenzado de alguna fibra vegetal, mimbre o lo que fuese. Dos espejos y debajo de cada uno ellos un tocador colgado a la pared, en donde descansaban las herramientas del oficio. También suspendida de una escarpia tenía una cosa extraña, con un mango de madera y el cuerpo marrón, por dónde pasaba las navajas de afeitar con movimientos acompasados y graciosos. No tenía aseos. En centro había una estufa para calentar el local y el agua de los afeitados. El caño salía a la calle por un agujero practicado en lo alto de la puerta. En las paredes había colgados calendarios y carteles de toros; también tenía muchas sillas, pues era uno de los más afamados mentideros del barrio.
Solo me corto Machote el pelo aquella vez, pero como luego nos fuimos a vivir a aquel barrio, frecuenté muchas veces las inmediaciones del establecimiento, que el propietario señalaba colgando de la puerta una bacía dorada y brillantísima que guardaba cuando cerraba. Casi todas las tardes había tertulia. En verano se salían a la calle. Una vez que acompañé a pelarse a un amigo, asistí a un surrealista y manchego diálogo de besugos. El padre del camarada que tenía la cabeza en las manos del fígaro contaba lo que le había pasado en el campo:
—Ayer hubo tormenta y le cayó una chispa al motor de regar y le fundió toda la instalación eléctrica.
—¿Una chispa? —dijo uno que por entonces tenía un almacén de materiales de construcción— ¿Eso qué es?
—Un meteoro eléctrico procedente de las tormentas. —dijo el padre de mi amigo.
—Un rayo. —sentenció el de los materiales.
—No un rayo no, una chispa. Es que hay rayos, centellas y chispas. —explicitó el agricultor.
—Y ciervos… y leones… y gorrinos jabalíes. —dijo con choteo el industrial.
Cuando me tocó el turno del rapado, ya que el rapador arregló primero a mi primo, me estuvo contando que fue discípulo de mi actual barbero, hombre recto donde los hubiese y conocedor del oficio. La barbería era por estas tierras un sitio fijo, la iguala iba pasando de padres a hijos, siendo rarísimo el cambio de peluquería. Me regañó varias veces por lo que me movía. Me dijo que si me estaba quieto, me daría una sorpresa. Ilusionado me mantuve firme en el sillón dominando mi natural inquietud.
Una vez acabada la faena me dio la citada sorpresa, que consistió en cinco vueltas en el sillón y la interpretación al trombón, sin instrumento e imitándolo con el sonido de su voz, de El Sitio de Zaragoza:
—¡¡Po-po-popo-popo-popo!! ¡¡Po-po-popo-popo-popo!!