“¿Qué hay? ¿Cómo va eso? Mi dueña está siempre tan ocupada, que apenas tiene tiempo y energía para dedicarlos al blog, de modo que no os importará si hoy que me he quedado solo en casa, tomo su lugar y escribo unas letras. Veréis: a mí me gusta quitarle todo el trabajo y el peso de encima que puedo, así que considero que ya va siendo hora de hacer lo propio con su página que -por cierto- me parece muy recomendable. Sí, sí, ya sé que no soy nada objetivo…
Llevo viviendo a su lado muchos años y rara vez sale a la calle sin mí, su fiel compañero de fatigas. Reconozco que a veces peco de cuadriculado -aunque esto no es culpa mía-, y que en ocasiones, más que alivio le provoco cierta molestia en el brazo, al obligarla a tirar de mí para volver a casa… ¡Pero al menos consigo quitarle buena parte de su carga diaria! Serle útil de alguna forma es lo que me mantiene vivo, aunque ya cuente algún que otro achaque.
Nunca me lo ha dicho, pero yo sé que me aprecia y me necesita… ¡Que me quiere, leches! Si no, ¿cómo se explica que lo primero que haga por las mañanas, después de desayunar y ordenar lo básico, sea sacarme de mi cuarto, limpiarme un poco y prepararme para salir con ella? Aunque no pueda estar nunca a su altura, la admiro profundamente, y sólo pediría -de poder hacerlo- que nuestros paseos fueran un poco más largos y variados. Disponemos de un precioso parque justo al lado, y me pregunto por qué no me habrá llevado aún…
En una ocasión, la pobre mía resbaló yendo conmigo de la mano: para ahorrarme el esfuerzo, bajó utilizando la rampa de casa, recién fregada por la señora de la limpieza y… ¡zas! lo hizo -lo hicimos- en menos que se dice esto. Aquel triple mortal con tirabuzón que protagonizamos, aún me pone la piel de gallina, no digamos a mi dueña, que a partir de esa mañana, ya opta por usar siempre las escaleras aunque yo la acompañe. ¡Total, auparme un momento no le cuesta nada, y a mí me vuelve loco!
No hará falta ya que os diga que estoy perdidamente enamorado de ella, y ando un tanto preocupado desde ayer, cuando se fijó en otro carrito de la compra, que -como servidor- esperaba impaciente a su mujer en el supermercado. ¡Bah! no importa; sé que cuando vea la última entrada del blog, no será capaz de cambiarme por ningún otro, por más actual y moderno que sea. ¡Seguro!”