Por algo decimos ¡Salud! cuando levantamos las copas a fin de año y le cantamos “Al gran pueblo argentino, ¡salud!”, con automatismo militante y como si fuera un concepto vano. Para quienes hemos pasado inadvertidos para ciertas desgracias del cuerpo – toco madera – la salud es un tema de preocupación futuro que soslayamos cada vez que nos pesamos o decidimos postergar la visita al médico, con chequeo incluido.
En estos días el poderoso Hugo Chávez admitió que fue operado de un cáncer en Cuba y hoy le habló a su pueblo como si el cuidado de su salud fuera parte de la revolución bolivariana. Sin duda los avances que hay hoy en el tratamiento del cáncer permiten que pueda mencionárselo sin pensar luctuosamente y mucho menos que pueda dañar la investidura de un presidente, exponerlo – casi sin vergüenza pero con pocos detalles – es todo un logro de estos tiempos.
Un psicólogo me dijo una vez “poder hablarlo es el 50 % del tratamiento”, al referirse a los sentimientos que nos guardamos y que a veces no encontramos las palabras para explicarlos. La identificación de nuestros males nos da la palabra con la que, como con un arma, podemos luchar contra ellos. También para que los demás lo sepan y entiendan que no lo desconocemos, ni apelamos a eufemismos para hablar de él. Así lo escuché a Chavez, enfrentando su cáncer con las palabras que lo identifican y lo limitan.
La muerte no existe
Muchas veces los cuidados de la salud se sostienen en el temor a morir, en este último mes me vino a la mente el nombre de Elizabeth Kübler-Ross , alguien de quien me habló mucho Nora Covalcid cuando trabaja en la producción de sus programas, hace 20 años. La Doctora Kübler-Ross afirmaba que “la muerte no existe” , es por eso que simbolizaba toda esta cuestión con una mariposa que abandona su capullo. El capullo es nuestro cuerpo y las alas la libertad que conseguiremos después de morir. En “La muerte es una amanecer” cuenta decenas de experiencias, algunas propias, en la que la muerte resulta un premio a la vida – a veces desgraciada – de los enfermos, habla del más allá como un lugar absolutamente distinto a este degradado espacio terrenal. Allí las cuestiones materiales no existen y uno se rodea de las personas amadas que murieron antes. Es emocionante leerla, aunque uno no sea tan creyente, y sabiendo que gran parte de la experiencia de Kübler-Ross se basó en la asistencia de niños moribundos y en las charlas que mantuvo con miles de personas en el último minuto de vida.
En el momento de la muerte vivimos la total separación de nuestro verdadero yo inmortal de su casa temporal, es decir, del cuerpo físico – cuenta en “La muerte es un amanecer” – Este yo inmortal es llamado también alma o entidad. Si nos expresamos simbólicamente, como lo hacemos con los niños, podríamos comparar este yo, liberado del cuerpo terrestre, con la mariposa que ha abandona el capullo de seda. Desde el momento en que dejamos nuestro cuerpo físico nos damos cuenta de que no sentimos ya ni pánico ni miedo ni ansiedad. Nos percibimos a nosotros mismos como una entidad física integral. Siempre tenemos conciencia del lugar de la muerte, ya se trate de la habitación donde transcurrió la enfermedad, de nuestro propio dormitorio en el que tuvimos el infarto o del lugar del accidente de automóvil o avión. Reconocemos muy claramente a las personas que forman parte de un equipo de reanimación o de un grupo que intenta sacar los restos de un cuerpo del coche accidentado. Estamos capacitados para mirar todo esto a una distancia de metros sin que nuestro estado mental esté verdaderamente implicado. Permitidme que hable de estado mental, aunque en la mayoría de los casos ya no estamos unidos a nuestro aparato de reflexión física o cerebro en funcionamiento. Estas experiencias tienen lugar, a menudo, en el momento mismo en que las ondas cerebrales no pueden ser medidas para poder probar el funcionamiento del cerebro, o cuando los médicos no pueden ya comprobar el menor signo de vida. En el momento en que asistimos a nuestra propia muerte, oímos las discusiones de las personas presentes, notamos sus particularidades, vemos sus ropas y conocemos sus pensamientos, sin que por ello sintamos una impresión negativa.
Sin temer a la muerte la vida resulta más hermosa y es posible enfrentar sus malestares desde otra óptica, la concepción de esta médica psiquiatra y tanatóloga también es un alivio para los deudos, ya que morir sería renacer a un nivel superior, a una vida con mayor calidad que la que conocemos aquí.
También se sabe que cualquier cuidado a la salud no solo nos permite vivir mejor sino también que ayuda a la felicidad de nuestra familia y la gente que nos quiere. Las personas que se cuidan irradian un nosequé ejemplar que causa envidia y deseos de imitación. De todos modos la salud, como la felicidad, son instantes de la vida y lo demás será el esfuerzo por conseguirla, en medio de una industria a la que le interesa más la enfermedad que el bienestar.
La ceguera de Borges
La vida no solo se altera cuando la salud nos pasa factura, en general por los malos hábitos, sino cuando una discapacidad viene a cambiar el orden de las cosas. Ahí también es necesario encontrar las palabras para superarla y darle verdadero sentido a la vida. Otra vez, el reconocimiento de nuestra discapacidad nos permite mirarnos sin lástima y elevar la autoestima, superando cualquier obstáculo cultural. Hay una conferencia en You Tube que dictó Jorge Luis Borges en 1977 sobre la ceguera, una admirable ponencia: La gente se imagina al ciego encerrado en un mundo negro – dice el escritor . En el caso de este ciego un color que extraña es el color negro, el negro y el rojo son los colores que nos faltan. Para mí, que tenía la costumbre de dormirme en plena oscuridad, me molestó durante mucho tiempo tener que dormir en ese mundo de neblina verdosa o azulada, y vagamente luminosa, que es el mundo del ciego. El mundo del ciego no es la noche que la gente supone. En todo caso estoy hablando en mi nombre y en nombre de mi padre y mi abuela que murieron ciegos, ciegos y sonrientes y valerosos. Yo espero morir así también. Pero no sé, se heredan muchas cosas, la ceguera por ejemplo, pero no se hereda el valor. Yo sé que fueron más valientes que yo…”
En todos los casos cuando la vida se presenta fallida, la cura y la corrección empiezan de adentro hacia fuera. Los médicos tienen a cargo una parte, a veces muy pequeña. Platón decía “El gran error que se comete en el tratamiento del cuerpo humano es que los médicos ignoran el todo. Porque la parte nunca puede estar bien, si el todo no está bien”.
La fuerza del amor
“Después de todo, para no caer enfermos, lo que tenemos que hacer es amar”. Sigmund Freud.
Coincido con Elizabeth Kübler-Ross y Sigmund Freud que, de distintas maneras, han tratado de explicarnos que lo contrario de la enfermedad no es la muerte sino el amor. Y que es el amor, la posibilidad de amar y ser amado, el que al final nos cura de todo. Y que no hay mal más grande que la falta de amor, que está más cerca de la muerte que la peor de las enfermedades.
Dice Kübler-Ross : “El amor es la única experiencia real y duradera de la vida. Es lo contrario del miedo, es la esencia de la creatividad, la gracia del poder. Es la energía que nos conecta y vivie en nuestro interior. El amor es el único don de la vida que no perdemos nunca y es lo único que podemos dar de verdad. En este mundo de ilusiones y espejismos, el amor es la fuente de la verdad. Sin embargo, nos resulta difícil amar a las personas simplemente por ellas mismas, pareciera que buscamos excusas para no amarlas. Solo se encuentra paz y felicidad en el amor cuando nos olvidamos de poner condiciones. Generalmente imponemos las condiciones más duras a quienes “más amamos”. Y éstas son lastres con los que cargamos nuestras relaciones. Es necesario entender que el sentimiento que buscamos consiste en dar, no en recibir. Si medimos el amor que recibimos nunca nos sentiremos amados sino estafados, el acto de medir no es un acto de amor. Cuando no nos sentimos amados no es porque no recibimos amor, sino porque reprimimos el nuestro.”
Fabián Scabuzzo, 2011
Baje aquí en PDF el libro La muerte, un amanecer.