Revista Talentos

Soltar la cometa

Publicado el 03 enero 2021 por Aidadelpozo

Echaba de menos a su familia, sus raíces y todo lo que dejó allá. No lo retuve. Las errores del pasado habían dejado huecos enormes en mi corazón parcheado y este había aprendido que hay que dejar marchar sin lágrimas ni reproches. Tanto zurcido y tanto remiendo lo habían convertido en una mediocre colcha de patchwork. Nunca se me dio bien la costura.
En el aeropuerto no le dije ni adiós ni hasta pronto. Solo me despedí deseándole buen viaje.
Conduje hasta casa en silencio. No puse música en la radio del coche. Solo deseaba ir a casa y descansar.
Cuando llegó a su destino me avisó. No se pronunció más su nombre, salvo para preguntar por su viaje. Mis hijas son inteligentes.
En las semanas siguientes mi vida transcurrió a veces lenta, a veces deprisa. Días que parecían tener treinta horas, días que parecían tener treinta minutos. No lloré ni esperé nada. Solo deseé que estuviese bien y que fuera feliz.
Al cabo de un mes me llamó. Me contó que durante los primeros días deseó mil veces telefonear y contarme. Su familia estaba bien, sus hijos, su gente , sus amigos, su ciudad... Todo estaba bien menos él. Llegaba la noche y no podía conciliar el sueño. Pensaba en los amigos de aquí, en el trabajo, en la casa y, sobre todo, en mí. Vueltas en la cama y yo en el pensamiento. Noches de mil horas y la certeza de que no lo llamaría. Me conocía bien. El dolor ha hecho que mi colcha de remiendos sepa frenar el deseo de extrañar.
Al cabo de un rato su monólogo se tornó en abrumadora sinceridad. El miedo a preguntar y obtener una respuesta que no deseaba produjo un silencio incómodo. "Nunca me has dicho que me quieres y ahora no sé qué vas a responderme si te digo que deseo regresar a casa".
Tras unos segundos, desaté mi corazón amarrado, di hilo a mi cometa y permití que volase. Le respondí que tomara el primer vuelo a Madrid disponible. Recogí cuerda y, al cabo de tres días, cuando regresábamos de vuelta a casa desde el aeropuerto, le dije que lo amaba.
No volvió a escuchar esas palabras hasta varias semanas más tarde, una noche en que estábamos en la cama y acabábamos de hacer el amor. Le quería y volví a decírselo. Con mis manos acariciando su pelo y la total certeza de que el miedo a volver equivocarnos nunca tuvo ni tendrá el poder de curar ni de sanar, con la colcha remendandada, con el corazón roto y pegamento para arreglarlo, con la cometa volando libre y el hilo suelto, con todo un cielo para surcar y mil vientos para arrastrarla. Sin rumbo.

SOLTAR LA COMETA


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