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CAPÍTULO IV
Algo más tranquilo, Mario leyó de nuevo el correo electrónico que había recibido en su móvil. Todo parecía indicar que en la medianoche anterior, había comprado futuros por un valor de 200 millones de dólares en su propio nombre. No era inusual que realizase transacciones de aquella magnitud, pero nunca bajo su propio nombre, sino en nombre de la Compañía para la que trabajaba, Spoors Waterhouse Investments. Este movimiento era inexplicable y de ser cierto, no sólo le costaría su trabajo, sino también su corta carrera profesional que, por otra parte, nunca le había ido como a él le hubiese gustado.
Algo tenía que haber salido mal pensaba continuamente, quizás un error en el sistema operativo o del propio broker que gestionó la transacción. Sin duda había algo que se le escapaba y por más que lo intentaba no llegaba a ninguna conclusión. Finalmente, la extenuación le pudo y decidió dejar de pensar en ello. La seriedad y la gravedad de la situación no eran asimilables en aquel preciso momento y en lo único que podía pensar era en llegar a su casa y descansar por fin.Queriéndose tumbar de nuevo, guardó el móvil en su bolsillo y quiso colocar su cabeza sobre el extremo derecho del asiento, pero al hacerlo sintió que su cabeza había tocado algo áspero y rugoso que, evidentemente, no era la gastada piel que cubría el asiento. Rápidamente, levantó la cabeza y miró curioso por ver qué era aquello. Lo que vio le hizo estremecerse al tiempo que un escalofrío húmedo le recorrió todo su cuerpo. El maldito trozo de papel con la desconocida dirección escrita en él parecía no querer perderse. Seguramente la dejó caer sin darse cuenta cuando cogió el teléfono y una vez más, estaba ahí para recordarle que tenía que marchar a un sitio que no conocía en absoluto. Temblando, cogió el papel y lo leyó detenidamente. La dirección estaba escrita a mano, pero en lo que no había reparado hasta entonces era que la había escrito él mismo, era su propia letra.
De repente, se sintió indispuesto y con ganas de vomitar. Un terrible mareo le hizo perder la noción de dónde estaba y un punzante dolor se instaló de nuevo en sus sienes. El calor era otra vez intenso. No podía mover la mandíbula. Sin saber porque, su mandíbula se apretaba fuertemente impidiéndole abrir la boca y articular ni una sola palabra. Aunque mantenía los ojos abiertos, no podía fijar la mirada en ningún punto porque todo parecía dar vueltas como si estuviese montando en una montaña rusa hasta que, extenuado, cayó violentamente sobre el cristal de la puerta derecha del taxi. Durante unos muy breves segundos, su mente le transportó a un extraño lugar por el que caminaba completamente sólo, cruzando un infinito desierto plagado de bestias y en donde el calor era tal que las piedras se convertían en arena a su paso. El cielo era negro, pero podía ver la inmensidad vacía y hueca mientras caminaba con rumbo perdido pero firme hacia una tenue luz en donde una figura le esperaba.La gruesa mano del taxista se posó sobre el hombro derecho de Mario y comenzó a agitarlo mientras le gritaba desde su asiento si se encontraba bien. Sobresaltado pero aliviado despertó y, mirando de derecha a izquierda, respondió sentirse algo mareado. Seguidamente, leyó de nuevo el trozo de papel y le pidió al taxista que le llevase al aeropuerto JFK inmediatamente, lo que así hizo. La dirección completa que aparecía en el papel era de Arkansas, concretamente de Anthonyville. Entre paréntesis, estaba escrito el nombre de una gasolinera (Gasolinas Thriump), situada en la Carretera Rural 50, kilómetro 57. Asustado pero decidido, Mario se dispuso a llegar hasta allí en ese mismo día, en busca de una respuesta que le aliviase la agonía que sentía y que sabía no se podría disipar de otra forma.En apenas media hora, el taxi llegó al aeropuerto. Mario se guardó el papel en la cartera y pagó al taxista, dejando una propina de veinte dólares. Al bajarse del coche, sintió de nuevo una angustiosa sensación de calor húmedo que le hizo pararse en seco delante de la terminal 1 del aeropuerto antes de entrar, observando sorprendido que el termómetro instalado en la fachada del edificio marcaba únicamente siete grados centígrados. Con la cabeza serena y decidido a tomar un vuelo a Anthonyville, retomó el paso y entró en la terminal, directo hacia el kiosco de Southwest.
*photo credit: ravalli1 via photopincc