-Me honras con tu presencia, hijo -dijo Jonás tras mover su mano de la cabeza de Mario -Hiciste tu elección y ahora me perteneces, tu alma me pertenece. No me temas, más ámame pues soy tu padre. Acudiste a mí en busca de bienes terrenales como el dinero y he proveído tu deseo. Tendrás más dinero del que podrías haber soñado jamás. El poder te vendrá dado hijo mío, no temas por ello. Tú eres quién debe decidir ahora el uso que quieras dar durante tu fútil y corta vida terrenal. Hoy te acompaño con mi presencia por primera y última vez hasta que en el día de tu muerte te recoja y te lleve conmigo. Has renunciado a tu Dios para pasar la vida eterna en mi reino. Tú me lo suplicaste y yo te concedo esa gracia, pero no te extrañes si a partir de hoy, los bienes que te he dado no son más que un continuo recordatorio de tu justa e inevitable muerte.
Tras aquellas palabras, Mario cayó al suelo sin conocimiento. Sobre las siete de la tarde, volvió a despertar en medio de aquel cuarto. Estaba sólo. Sereno y tranquilo, caminó hacia la salida de aquella gasolinera para dirigirse de vuelta a casa. No estaba asustado. Por fin había desaparecido el profundo vacío que sentía. Antes de salir, sacó su teléfono móvil y se dispuso a llamar a la policía para avisar anónimamente sobre aquel cuerpo tendido tras el mostrador, pero cuando se volvió a asomar, ya no había nadie.
Cuando se dispuso a guardar el móvil, observó que había llegado un nuevo email mientras había estado inconsciente. Una simple comunicación de su agente. El valor de los futuros en los que había invertido el día anterior se había multiplicado por cinco. Acababa de ganar 1.000 millones de dólares. La bolsa de Nueva York y el mercado de futuros se habían disparado porque, por primera vez en 24 meses, la economía estadounidense había crecido un 3%.
*photo credit: an untrained eye via photopincc