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Cuando llegó a la puerta de la gasolinera, sacó el trozo de papel y lo leyó por última vez. Con un irónico gesto, arrugó la hoja, la tiró al suelo y la pisó fuertemente. Tras ello, abrió la puerta y entró a la gasolinera. Una indescriptible y pavorosa corriente de aire ardiente le cubrió de nuevo. El ambiente era totalmente seco. El calor bochornoso e indescriptible. Casi no era posible respirar ni pensar. Tampoco era fácil mantener los ojos abiertos por la sequedad del ambiente y el incesante sudor.
Mario optó por desabrocharse totalmente la camisa y avanzar hasta la zona trasera de la gasolinera, en donde una puerta permanecía abierta. Avanzó lentamente analizando todo cuanto se encontraba a su paso. El interior estaba destartalado y el mobiliario era antiguo, lejano. Mario prestó atención al ajado mostrador de madera, cuya parte inferior estaba cubierta con un cristal que guardaba montones de golosinas que parecían sacadas de los años 60. Sobre el mostrador, una vieja caja registradora tenía el cajón del dinero abierto y vacío. Lo que vio Mario tras el mostrador le aterró. Un hombre sin vida y con el torso descubierto yacía en el suelo. Tenía los ojos abiertos y entre sus manos cruzadas sostenía una cruz invertida. Tiritando de miedo, pero más decidido que nunca a encontrar la causa que le llevó hasta ese lugar, corrió hasta el interior del iluminado cuarto trasero.Mario cruzó la puerta y vio la sombra de un ser en el fondo del cuarto. Aunque no le podía ver, su presencia era patente y llenaba el cuarto de un temor espectral. Mario se sentía absolutamente aterrado y atraído al mismo tiempo. Era una sensación que sin duda no era humana. Era el miedo puro, la muerte misma. Aún así, Mario siguió avanzando hacia el fondo de la habitación convencido de que fuese quién fuese ese ser, podría poner fin a su agonía.
-Quién eres -dijo Mario finalmente- ¿Por qué me has traído hasta aquí?
La sombra tornó en figura humana y se mostró ante Mario. Vestía una túnica negra y un capuz cubría su cabeza. Lentamente, avanzó hacia Mario y le puso la mano izquierda en su cabeza. Con la otra mano, se descubrió el rostro. Mario pudo reconocer aquella pálida mano desde el primer momento. Era Jonás, el siniestro portero del edificio Widlbury.
*photo credit: ravalli1 via photopincc